Pujol
Veo partir al señor Pujol con cierto interés: camina hacia la historia. Es un político de la derecha clásica, próximo a lo que para el resto del mundo representa el PP, pero sin el frenesí paranoico del aznarismo. No es distinto de Aznar en el ismo; bandera, idioma, patria. No importa que sean distintas: las personas que se entregan a esa pasión tienen la misma estructura psicológica, el mismo cántico de siglos alojado en su conciencia. Arzalluz tiene la misma pasión tradicionalista: pero Pujol ha conseguido catalanizar Cataluña; en cambio, la vasquización del País Vasco es más bien producto de Aznar y el españolismo central, que ha plantado bien alta en la plaza de Colón la bandera nacional más grande del país, y su manera de extender el conflicto, el combate al "entorno". Si volvemos a la identidad de las estructuras se sabe que se trata de reducir al enemigo en todo combate, y no de ampliarlo; y que cuando Estados Unidos trató de luchar contra el entorno del Vietcong perdió la guerra contra toda la península Indochina.
La catalanización de Cataluña tiene aspectos muy buenos y otros muy malos. El bueno es el de la venganza contra el franquismo, contra el aislamiento, contra el desdén de la aristocracia del Cid. El malo es el de la creación de un imperio hacia el interior. El imperio hacia fuera, el de Estados Unidos o el que soñó Aznar en la isla Perejil. O el de la bandera de Colón, los piquetes hacia Asia y el flirt de Ana Palacio con Powell, tiene un sentido de tradición; el de Pujol en su catalanización ha tenido el de cerrar más su país, separarlo del exterior. Pujol ha querido una Cataluña que no ha existido nunca: la provinciana. He paseado por los grandes puertos del Mediterráneo, de Marsella a Nápoles, y a Estambul; ciudades bellísimas, modos de vida distintos, pobrezas y riquezas conjuntas. No he encontrado ninguna con la calidad de apertura que tiene Barcelona. Pujol ha tendido a hacer de ella una ciudad interior, y no creo que eso la haya favorecido. Pero puede resultar favorable cuando desaparezca el pujolismo. Parece, por lo que dicen los contadores de votos que aún no existen, que no habrá ninguna mayoría absoluta, sino una coalición de lo que, por puras necesidades de lenguaje, se llama izquierda. Más vale así.
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