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EL ENREDO
Columna
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Periodismo

SI ESTARÁ MALO el periodismo que hay quien prefiere ser reina, oficio respetable, sin duda, pero no trepidante y bohemio. Cierto que la idea del periodista de vida disoluta, principios insobornables y alergia al poder es una estafa: lo que queremos todos es comprarnos un piso, o dos. Ay, madre, qué país tan moderno: ¡cualquiera puede ser la elegida! Lo que nos iguala es la monarquía.

Ya sólo faltaba que en lugar de casarse en la Almudena se decidieran por el Ayuntamiento de Madrid. Tendría que casarles Trini. A Ana Botella no le gustan los matrimonios imaginativos. (Como sólo veo TVE, no sé que Letizia ya se casó por lo civil). También podría casarles Ibarretexe. "Boda de inmigrantes", titularía Deia, en páginas interiores.

Con el nuevo cargo, Maragall acentuará su perfil de sabio despistado. Si sale Mas, que les case Pujol. Mas sin Pujol es menos

-A ver, ¿ustedes eran quiénes y querían qué?- preguntaría Pasqual Maragall si se casaran por la Generalitat. Con el nuevo cargo, Maragall acentuará su perfil de sabio despistado. Si sale Mas... Si sale Mas, que les case Pujol. Mas sin Pujol es menos.

He decidido abanderar un movimiento a favor de que el Príncipe y la Periodista adopten un niño, futuro heredero de la Corona. A los monárquicos les daría un sincopazo, pero aceptarían, que para eso son monárquicos. En la izquierda, como de costumbre, habría división. Diego López Garrido, rápido de reflejos como nadie, expresó a la media hora de anunciarse el noviazgo su acuerdo total, porque no había "apariencia de compromiso forzado por razones de Estado". Muy bien deducido.

-Felipe, la Reina y yo hemos decidido que te cases con Letizia Ortiz.

-¡No! ¡Yo quería casarme con Magdalena de las Austrias Verdes de Kronnenburg y todas las Heinneken!

-¡Te casarás con la presentadora del telediario, y no hay más que hablar! Aquí se está a las duras y a las maduras.

Hay otra escuela de pensamiento en la izquierda según la cual los muy, muy monárquicos pueden sentirse estafados con un matrimonio tan morganático, y no conviene que los muy, muy monárquicos se alteren. Es una defensa anticipatoria, basada en un principio elemental: que los más brutos estén tranquilos. Este principio, aplicado también en el País Vasco, enraíza su lógica en la tradición española que obliga a la izquierda a salir por piernas cuando los brutos se intranquilizan, pero contiene el grave inconveniente de que, a fuer de tranquilos, los brutos se crezcan y se proclamen dueños del país. A veces pasa.

A lo que iba: ya ni los niños de teta creen que el periodismo sea un oficio para espíritus indomables. Todas las mañanas se publican decenas de artículos jabonosos hacia los poderosos. Entre mis joyas conservo, por su majeza, un elogio reciente a Francisco Álvarez Cascos. Hay que echarle valor. También conservo una entrevista al presidente del Gobierno en la que tuvo que enfrentarse a preguntas tan agresivas como: "Hábleme de Baleares". Esta semana ya se han apuntado biografías de Letizia: desde niña era muy especial y tal. ¡Cree en la monarquía toda España! Excepción hecha, quizá, del Príncipe, monárquico del sector crítico, aunque eso es como plantearse si un fontanero cree en las tuberías o si Ronaldo cree en el gol.

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