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Columna
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Mujeres reales

El anuncio del compromiso matrimonial del príncipe Felipe con Letizia Ortiz parece haber inclinado la balanza de la opinión hacia uno de los dos polos que ordinariamente nos ocupan, lo que para algunos puede suponer un alivio. Esos dos polos -en realidad toda la realidad visible desplegada como un señuelo que define una época- son el corazón y Euskadi. Que el corazón existe, y que lo hace como problema, es tan cierto como que existe Euskadi, igualmente un problema. Lo característico de nuestra época no reside en que esas dos realidades existan, sino en la prodigiosa capacidad que tienen para otorgar estatus de realidad al resto de lo existente. Son como un farol que hace ver las cosas, a las que comunican una vibración que las permite emerger de la nada. Son octopúsicos. Que se habla de la guerra, enseguida la contagiaremos de Euskadi, lo mismo que si se habla de Cataluña, de la Comunidad de Madrid o de los inmigrantes. Curiosa la ebullición que ha alcanzado esta palabra en hablando de Euskadi, mientras a las costas de Cádiz llegaban decenas de cadáveres de ahogados que nos dejaban indiferentes.

Inconmovible la razón, tampoco el corazón parece haberse fijado en ellos. El corazón vibra con otras cosas, en especial con el espejo de su propia miseria: vemos por sus ojos para ocultarnos. El folletín, con más o menos caspa, es el género moderno, el único que alcanza los efectos que antaño lograba la tragedia. Y el folletín nos retrata. Bueno, para evitar equívocos, quiero dejar claro que no me parece mal que los españoles hablemos del matrimonio de quien está destinado a ser nuestro rey cuando dedicamos tanto tiempo a liberarnos en el corazón de la Pantoja. Subrayo, simplemente, que el corazón ha ocupado de pronto todo el espacio escénico y que puede resultar interesante observar sus reacciones. Las hay para todos los gustos. Desde la de quienes consideran un error -o un horror- que nuestro futuro rey se case con una señorita que debiera estar excomulgada, hasta la de quienes lo consideran un acierto porque significa un triunfo para la mujer española de a pie, una clara señal de lo que ha evolucionado no la monarquía, sino el país. Y es que es el país, el paisanaje -también en Euskadi- el que nos está salvando.

Está también la opinión de quienes se han fijado en el nombre de nuestra futura reina y no les ha gustado. Puede llamar la atención que Letizia no aparezca escrito con ce, como comúnmente lo hace en castellano. Se debe, al parecer, a un capricho de la prometida del príncipe, que prefiere escribirlo a la italiana. También los nombres se están globalizando y, sobre todo, personalizando. Es algo que nos puede gustar más o menos, pero no conviene sacarlo de quicio. Apelar en este caso, como algunos lo han hecho, a la supuesta desidia de los españoles con su lengua, para reclamar de la futura reina una corrección en la grafía de su nombre que evite los malos ejemplos, ronda la demagogia inquisitorial más que el buen sentido. Letizia es un nombre de origen latino se escriba como se escriba. Lo es incluso si lo escribimos en lengua vasca, en la que, por cierto, se escribe con zeta. ¿No será que hasta en los asuntos del corazón se nos está colando Euskadi subrepticiamente?

También Anjeles con jota Iztueta escribe su nombre de forma inusual, aunque en su caso el capricho no parece responder a propensiones globalizadoras. Iztueta ha incluido a los alumnos procedentes de otras comunidades autónomas entre los inmigrantes y se ha montado el cirio. Se ha hablado incluso de un trato de extranjeros a los alumnos españoles, acusación a la que ha respondido la consejera arguyendo criterios de integración. Yo la creo. Quiere integrarlos, pero en un sistema educativo que dificulta la integración y de cuya evolución ella es también responsable. Ese es el problema y no una definición que puede ser considerada más o menos ortodoxa. Es posible que la práctica clausura del modelo A de enseñanza y su actual guetificación hayan de ser revisadas a medida que se incremente la llegada de alumnos inmigrantes, sea cual sea su origen. Es eso lo que hay que discutir, sin prejuicios ni salidas de tono, en orden a evaluar los rendimientos y la eficacia del actual sistema educativo vasco. ¿Es eficaz en estos momentos nuestro sistema de modelos lingüísticos para atender a las necesidades de nuestros alumnos, bien sean foráneos o autóctonos? Debatamos eso.

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