"Si después no hay justicia, ¿qué pintamos nosotros aquí?"
Los restos del cadáver rotulado con el número 40, el último encontrado, acaban de ser trasladados desde un gran plástico negro a una bolsa de lona verde. Una vez cerrada la cremallera, la bolsa es introducida en un contenedor frigorífico blanco que sirve de almacén a los 39 precedentes. Protegidos por alambre de espino, seis hombres y tres mujeres trabajan en un paraje sin nombre de naturaleza aparentemente virgen, no lejos de la aldea de Cerska, a escasos kilómetros de Srebrenica, la ciudad de la última matanza de la guerra de Bosnia. "Si después no hay justicia, ¿qué pintamos nosotros aquí?", dice uno de los antropólogos que exhuman pruebas para el tribunal de crímenes de guerra de La Haya.
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