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Columna
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El lado bueno de la vida

Para la generalidad de la gente, que vive en privado todos sus problemas y delega en los políticos el quehacer público, la vida sigue igual. Es el comportamiento de la modernidad. Hasta que no contemple esa gente que su salario, la pensión o sus rentas bajan a la mitad, todo lo que está ocurriendo en Euskadi les parecerá el mismo rollo de siempre. Para que unos que prometen más les ganen a los otros.

La mayoría de la gente pasa de cuestiones políticas, pero en el seno de la comunidad nacionalista, además de haber fanáticos, existe un alto porcentaje que, con sus creencias bastante agresivas y su rictus de ir cabreados con todo el mundo por la injusticia celestial de no ser para decidir, está dispuesto a enfrentarse al mundo para perder. ¿Y si ganan?, esa es la esperanza de bastantes que se dejan seducir -no son los primeros en la historia- por mesiánicos cantos hacia lo imposible, haciendo de la esperanza mínima el gran tesoro que les diferencia del resto de los mortales, centrados en su privacidad y en pagar las letras del piso. Nos están poniendo todo manga sobre hombro, como la cosa más natural. Con un plan que es o no constitucional según al interlocutor al que se dirijan. Lo cierto es que a Iturgaitz lo han expulsado del Parlamento para dos sesiones, mientras que a Otegi el presidente Atutxa no le dijo nada cuando sacó a relucir a manera de amenaza el "brazo de hierro de la izquierda abertzale" hace un mes. Luego está lo de calificar de "inmigrantes" a los estudiantes provenientes de otras partes de España.

Es evidente que ha sido la presión que el nacionalismo ha sufrido en estos últimos años y la cerrazón de Aznar lo que le ha obligado a sacar el estatuto de libre asociación, un plan ante el que el portavoz de la extinta Batasuna -extinta por sentencia y apuntalada por Atutxa- puede exclamar, con todo motivo, que se les está dando la razón. Que ellos han sido los únicos coherentes negándose a acatar el Estatuto. Pero olvida que el PNV lo usó para crear la plataforma desde la que lanzar, después de pasar por el espíritu del Arriaga, lo que ahora nos viene encima. El caso es que hoy, para cargarse el Estatuto, convergen las familias del nacionalismo, con la bendición de IU, la misma con la que pensaba gobernar Simancas en Madrid.

Es muy probable que la gran masa de ciudadanos piense que si hay mal en ello el que debe actuar es el Estado, pero si actúa el Estado, piensa también, los nacionalistas se refuerzan, que les engorda todo. No hay más que ver los teleberris. Primero sale una amplia información de lo que el nacionalismo considera insulto, muy amplia, sí señor, para que a continuación salgan los salvapatrias con aire compungido, lamentando lo malo que son los españoles. Luego viene el "capítulo de quejas" (literal, oído por estos oídos), en el que se recojen nada menos que las expresadas -sensibilidad ante la familia castrense- por los familiares de las víctimas del Yak-42 o los geos por el material que tienen en Irak. Luego el locutor nos invita a seguir en sintonía para que no nos perdamos una película de terror dentro de una programación de fin de semana dedicáda al género, como si no tuviéramos bastante terror, escoltas y miedo al Plan Ibarretxe en nuestro entorno.

No es de extrañar que los ciudadanos no entiendan nada. Tatareemos la canción Mira siempre el lado bueno de la vida, crucificados como Brian al final de la película, frustrados tras observar que el comando suicida, en vez de salvarnos, y cumpliendo lo que predica su nombre, se acaba de suicidar. Y es que el Plan es demasiado Plan para muchos miembros de nuestra clase política y dirigente.

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