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Reportaje:

Cocineras a domicilio

Mamicocina es una empresa granadina que envía 'madres' a las casas, donde cocinan para una temporada

Javier Arroyo

Comer es un placer y una necesidad. Pero no siempre hay tiempo, ganas o conocimientos para atarse el mandil y ponerse con las manos en la masa. Carmen Ruiz Mingorance, granadina, graduada social y con muchos años de experiencia en el mundo de la empresa, pensó un día que a esta gente con falta de tiempo, ganas o conocimientos esas comidas que llegan a la casa en moto tampoco eran la solución. Al fin y al cabo, percibió Carmen, a todos, digan lo que digan, les gustan las comidas ricas hechas en casa y como toda la vida. Para eso ideó y puso en marcha en Granada Mamicocina, un servicio de cocineras a domicilio.

Las cocineras de Mamicocina no llegan a la casa del cliente en moto con la comida recién hecha. No. Estas señoras, "amas de casa de toda la vida" como explica Carmen Ruiz, tocan a la puerta sin nada preparado pero provistas de un "set de apoyo" a lo que puedan encontrar en la cocina del cliente: buenos cuchillos, una olla ultra rápida, tablas de cocina y un pequeño botiquín por si el cuchillo queda fuera de control. Una vez allí, la mamicocinera tiene cinco horas para preparar entre ocho o diez platos de una carta de 70 posibilidades. El menú de Mamicocina es tan variado como el menú de cualquier ama de casa tradicional e incluye cocido, potaje de garbanzos, crema de verduras, albóndigas, croquetas, ensalada de patatas, salsa boloñesa o arroz con leche. Así hasta 70 comidas de verdad.

La posibilidad de que haga ocho o diez comidas, explica Carmen Ruiz, depende no tanto de la dificultad como de la laboriosidad de los platos. "La cocinera tiene cinco horas justas en la casa del cliente. Si, por ejemplo, tiene que liar albóndigas, eso reduce en uno el número de platos porque eso lleva mucho rato", dice Carmen. El servicio habitual, ocho o diez platos envasados en porciones dobles (40 raciones en 20 recipientes) tiene un precio de 65 euros; 71 si la compra la hace la empresa, más el pago de la materia prima adquirida, claro.

Esas mismas raciones en porciones individuales cuesta 10 euros más. Un abono para tres semanas consecutivas cuesta 162 euros (177 con compra incluida), lo que supone un ahorro de 33 euros sobre el precio normal. Este servicio se dirige a familias medias, capaces de acabar las ocho o diez comidas en una semana.

El servicio de compra es un extra que Carmen ha añadido. Ella hace llegar al cliente la carta de comidas posibles que incluye todos los ingredientes. Si el cliente no quiere ir a comprarlos, lo hace ella misma. Si el cliente se encarga de ello, tiene detallado qué es lo que necesita comprar para que luego no falte nada a última hora.

Una vez que la mamicocinera ha completado las ocho o diez comidas, el cliente elige si las quiere envasadas en tandas de dos raciones o en raciones individuales. Luego, todo al congelador. Con este servicio, se acabó la preocupación de llegar a casa a las tres menos cuarto, freír lo que hay más cerca de la puerta del frigorífico y, sin tiempo para digerir, salir pitando de nuevo a la calle. Ya se puede abrir el congelador, descongelar la porción que se quiera de alguna comida casera y, en pocos minutos, comer en casa y como en casa.

Porque, en esto puede haber acuerdo, cuando el chico de la moto trae la pizza, eso es comer en casa, pero quizá no sea exactamente "comer como en casa".

De asesora fiscal a experta en fogones

Carmen Ruiz trabajó en asesoría fiscal durante años. Tiene tres hijos y cuando llegó la última, hace cuatro, se replanteó su trabajo y dejó su actividad en la empresa. Con el tiempo, decidió volver y, tras pasar un tiempo en Hacienda, le dio vueltas a su idea de las mamicocineras. En abril abrió la empresa y ya tiene dos cocineras fijas y una secretaria. Ella misma acude a cocinar a domicilio cuando es necesario.

Pero poner en marcha el negocio le llevó más de un año de preparación. Hizo un curso de formación empresarial, realizó ella misma una encuesta a 500 personas sobre sus hábitos y preferencias en la comida -"no dejé un funcionario de Granada sin entrevistar"-, preparó todos los documentos de la empresa e invirtió 30.000 euros, parte de su bolsillo parte de un microcrédito de la Caja General de Ahorros de Granada. Poco más de seis meses después de abrir la empresa, las cosas no le han ido nada mal y poco a poco comienza a necesitar más cocineras.

Lo que sí ha ocurrido es que Carmen se ha llevado muchas sorpresas. Por ejemplo, en lo referente a los clientes potenciales. Aparentemente, se trataría de parejas jóvenes muy ajetreadas, con un hijo o dos sin tiempo para cocinar. De eso también ha habido pero, desde luego los clientes inesperados han sido muy frecuentes. Entre sus clientes han aparecido, por ejemplo, el colectivo de discapacitados. O el de hombres que viven solos; o el de hijos que no pueden atender a sus padres y piden a las mamicocineras que les llenen el frigorífico de buena comida.

Curiosamente, el colectivo de estudiantes, un grupo tan amplio en Granada como para que pareciera que por si mismo iba a dejar a la empresa sin tiempo para atender a otros clientes, no son frecuentados en exceso por esta empresa. El problema: las cocinas. "Los estudiantes viven en unos sitios, y no por su culpa, que no siempre reúnen las condiciones necesarias. Las cocinas son, a veces, infames y he tenido que rechazar ir a sitios en los que, sencillamente, no se podía cocinar", explica Carmen.

La fundadora de Mamicocina, tiene una obsesión: que, a la hora de hacer un cocido, por ejemplo, todas las cocineras lo hagan igual. Para ello, las mamicocineras han de pasar un severo proceso de selección: cocinar en casa de la propietaria. Y los probadores: la familia de Carmen. "No se casan con nadie, si no les gusta, me lo van a decir. Por eso me fío de su criterio".

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