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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

La ceguera del ser iluminad

No hay quien desconozca la consigna: tenemos que ser positivos, no debemos dejarnos llevar por lo negativo. Se trata del mensaje más veces transmitido por nuestros gobernantes y gobernantas nacionalistas. Parecería que se hubiesen convertido a esa especie de religión New Age formada por seres angelicales y buenos de remate.

Aunque el país vasco me parezca a veces una sucursal de Disney-landia y otras un parque jurásico, mi conciencia de la realidad me lleva a desconfiar de estos discursos angélicos.

Si uno de mis alumnos me dijera que solo quiere ver lo positivo a su alrededor, me compadecería de él: "pobrecito, qué bofetadas se va a llevar en la vida". Porque en el mundo real también existe lo negativo y los riesgos de destrucción fuera y dentro de nuestra propia casa. Es prudente no olvidarlo.

"Sólo la mirada alerta dando cuenta del peligro posibilitaría gestionar el riesgo"

La ceguera selectiva a lo negativo no es sólo peligrosa para quien la padece, sino también para cuantos le rodean. Por eso, creo que más que compadecer a mi angelical alumno, tendría que protegerme de él y proteger a sus compañeros de las consecuencias de sus actos. Alguien que decide no ver lo negativo ¿no está negándose a ver el daño que sufren los demás? ¿No está descartando que sus actos puedan causar dolor sobre los otros?, un dolor que a la larga rebotará sobre él mismo. Es iluso no prever las consecuencias negativas de obtener beneficio a cuenta de la frustración ajena.

Recuerdo muy bien a los dirigentes nacionalistas antes de que consiguieran el poder. Aquellos hombres sabían que, en la vida política, hasta lo bueno puede rebotar convirtiéndose en malo. Y, sobre todo, que lo malo para los otros es casi seguro que rebotará convirtiéndose en malo para nosotros. Sabían esas cosas no porque fueran más inteligentes que los demás, sino porque lo habían vivido como tantas otras personas que no compartían su ideología. Pero sí admiraban esa prudencia hecha arte que hoy habría que llamar sabiduría política: nunca apurar en provecho propio ni el mal ajeno ni el bien que se recibe sin contraprestación.

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Hoy les han sustituido unos jóvenes burócratas con ademanes ecopacifistas. Nacieron a la política en la época de las vacas gordas. Apurar las posiciones de ventaja, avanzar, subir, crecer, ganar, es para ellos lo natural. Desdeñan la cultura política tanto como la oratoria patética de Arzalluz. Pero han heredado de él la táctica de provocar al adversario, que tantos beneficios les ha venido reportando.

Esta táctica perversa es muy común en el reino animal. Se la conoce como conducta de azuzamiento. Cualquier oca que se precie sabe azuzar a su pareja provocando más o menos sutilmente a su vecino, para retroceder en seguida aterrorizada, gritando en lenguaje de oca: "¡el vecino nos ataca!".

Pero estos nuevos dirigentes, siguiendo a sus asesores de comunicación y marketing, han convertido esa táctica en un arma refinada. Para provocar una reacción agresiva en sus adversarios ya no necesitan desencajar el gesto: les basta con ejecutar acciones de manifiesta hostilidad, mostrando ante las cámaras una sonrisa beatífica. Así consiguen, finalmente, aparecer como paladines en la nueva versión del "conflicto" y como víctimas del odio ajeno: "¿Ustedes han escuchado lo que me ha dicho?". Esto genera también adhesiones y hasta fascinación fuera de la propia parroquia. Y toda la culpa de la crispación, al enemigo.

Sin embargo, quien practica el azuzamiento debe estar dispuesto a pagar los platos rotos: mientras fortalece y unifica a su grupo de seguidores, los adversarios se le van convirtiendo en enemigos. Se abre un foso cada vez más hondo con ellos y mayor es el odio, la energía destructiva real que emerge en ambos frentes. En esas circunstancias, empeñarse en ver sólo lo positivo resulta una actitud suicida. Porque lo destructivo crece fuera y dentro, sin que nadie pueda hacer nada por detenerlo. A medida que crece la fuerza propia, crece y se multiplica aún más la de los enemigos. El riesgo de que los gestos se conviertan en actos crece también. Sólo la mirada alerta dando cuenta del peligro posibilitaría gestionar tanto riesgo. Eso aprendí de la historia y también de mi propia vida.

Pero si el dirigente es un ser angélico e iluminado, él mismo se convierte en el peligro público número uno. Incapaz de mirar hacia atrás o hacia abajo; con la vista fija siempre hacia delante y hacia arriba, incapaz de reconocer los propios puntos débiles y la fuerza creciente de sus enemigos, se encaminará recta y positivamente hacia el abismo hasta sumergir a sus seguidores en el mar. La palabra clave es "irreversible". Permítanme una traducción libre al italiano: "Irrevocabile". Era una de las preferidas del Duce y la pronunció enfáticamente en 1940 en su declaración de guerra a las potencias aliadas. La ceguera de aquel ser iluminado, incapaz de ver y de verse a sí mismo más que en positivo, llevó a sus seguidores a la perdición.

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