Sobre uniones de hecho
Escribe extensamente el profesor Martínez Sospedra (27 de octubre) sobre las uniones de hecho. Siendo parte interesada en el problema, quisiera poner el acento sobre la siguiente aseveración: "... nosotros hemos asumido ciertas cargas y con ellas asumimos determinados derechos y, como contrapartida, determinadas obligaciones (...) Y ahora (...) llegan unos señores que no quieren soportar las cargas ni asumir las mismas obligaciones y reclaman los mismos derechos (...)".
A riesgo de pecar de protagonismo, quisiera exponer brevemente mi caso personal: desde septiembre de 1992 comparto felizmente mi vida con la que aceptó ser mi consorte. Durante este tiempo he de decir que no hemos disfrutado de ningún derecho, hemos adquirido las mismas obligaciones que ustedes, los matrimoniados, y seguramente hemos soportado bastantes cargas más: ser estafados periódicamente por Hacienda, soportar insultos incluso de toda una consejeria de Educación -en una encuesta con su membrete se nos preguntaba si nuestra hija había sufrido una experiencia traumática, como perder a un padre o "vivir con padres no casados" (!)-, o desear no morir prematuramente para asegurar pensiones, etc.
En noviembre de 2002 decidimos, por todo ello y contraviniendo nuestros principios, contraer matrimonio (eso sí, sin ningún "ritual civil en la materia que no haga del acto de contraer matrimonio civil alguna cosa tan desangelado"). Desde entonces las cargas han desaparecido (en realidad, aún no sé a qué cargas se refiere), las obligaciones son las mismas y, por fin, mis derechos ya no son pisoteados. Hacienda no me estafa y, sobre todo, mi hija ha dejado de estar traumatizada -la verdad es que yo siempre la he observado igual de encantadora-. Si no se equiparan las dos opciones (con contrato o sin él) es porque no se quiere: padres tiene la iglesia para remediar los flecos legales y evitar picarescas.
Con un fuerte abrazo y miles de besos para la que ha sido, es y será (con contrato o sin él) mi consorte y también para mi destraumatizada hija, a las que nunca consideraré una carga, sino que me cargan diariamente de optimismo, se despide cordialmente de usted un matrimoniado a la fuerza.
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