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Reportaje:EXCURSIONES | Buenafuente del Sistal

Puerta románica al más allá

Salvajes barrancos y peñas afiladas rodean este monasterio medieval del alto Tajo en Guadalajara

Siempre hubo fuentes sanadoras, alfaguaras mágicas tuteladas por náyades, hidríadas, ondinas, potámides, xanas y rusalcas, veneras consagradas a divinidades paganas que, en un alarde de fontanería religiosa, el cristianismo hizo suyas. Tal fue sin duda el origen del monasterio de Buenafuente del Sistal, que en 1176 aparecía ya habitado por canónigos regulares de San Agustín y, desde 1246, por monjas cistercienses que dejaron las soledades de Casbas, en Huesca, para venirse a las del alto Tajo, en Guadalajara. Hoy, estos sabinares y estos barrancos nos parecen recónditos. En aquellos siglos eran lo más cerca que podía estarse del más allá sin estirar la pata.

En el lóbrego interior de la iglesia conventual -románica, de planta rectangular y una sola nave, con bóveda de cañón ligeramente apuntada y reforzada por arcos fajones-, brota rumorosa la fuente milagrosa que da nombre y misterio al lugar. Otro chorro, mas éste de sangre, mana del costado del Cristo de la Salud, al que se supone que hay que invocar para que las aguas surtan efecto, por más que el aspecto del mismo no sea muy saludable. Amén de un tremendo lanzazo, a este Cristo del siglo XIII el artista le talló unos brazos que le llegarían, si no los tuviese clavados, por debajo de las rodillas. Es románico de transición. ¿Al gótico? No: al gore.

En sus 800 años de existencia sólo ha sido desalojado dos veces, porque había guerra

Algo bueno tendrá la fuente de Buenafuente cuando éste es el monasterio vivo de más edad de Guadalajara. En sus 800 años largos de existencia -757 desde que llegaron las "duennas de la Orden de Cistel"-, sólo ha sido desalojado un par de veces, y ello porque había guerra. Así, cuando la de la Independencia, las monjas hubieron de refugiarse durante cuatro meses en los barrancos que caen hacia el Tajo, huyendo de los franchutes como huían de los sátiros las ninfas de las fuentes, sólo que con un Cristo a cuestas.

Tras los pasos de aquellas santas fugitivas, precisamente, hoy nos echaremos a andar en dirección al Tajo. Y lo haremos rastreando las marcas de pintura blanca y roja que, desde la plaza que hay a los pies del monasterio, bajan bordeando un sembrado y se cuelan en un barranquete poblado de bojes, vetustas sabinas y aulagas pinchudas que hieren como cilicios, una sensación familiar y puede que hasta gozosa para aquellas sufridas duennas, pero no así para los excursionistas que usar suelen pantalón corto. Avisados están.

A unos 20 minutos del inicio, desembocaremos en un barranco más ancho, profundo y acantilado, el de los Molinos o de los Cuchillos, que de las dos cosas tiene, como enseguida veremos. Y, diez minutos después, al llegar a la confluencia con otro barranco, abandonaremos las señales de pintura para seguir aguas abajo hasta alcanzar las ruinas del molino del Royo. Mejor sería decir molinos, pues eran dos, escalonados de forma que el agua sobrante del primero era recogida en la alberca del siguiente. Y, mejor que ruinas, piedras joviales, alegres de volver al caos natural de los cantiles calizos, las selváticas saucedas y los pitusos petirrojos que se posan al alcance de la mano porque no conocen al animal vertical.

Continuar por el abrupto lecho del barranco es misión casi imposible. Algo más sencillo nos resultará trepar por la empinada ladera de la margen izquierda hasta dar con un senda que corre horizontal cien metros más arriba. Avanzando un kilómetro por ella, hacia la derecha, nos plantaremos a una hora y media del inicio frente a la peña de los Cuchillos: cinco agujas calizas de 30 metros de altura que se alzan como la mano de un coloso dominando la salida del barranco al gran cañón del Tajo. El lugar es tan bello como inhóspito, y desde luego hay que ser más que muy hombre, muy monja, para resistir cuatro meses entre estos Cuchillos y las bayonetas de la francesada.

Salvo que querramos descender a la misma orilla del Tajo -que no apetece, porque es mucho bajar y luego hay que subir-, el regreso lo haremos desde aquí, en otra hora y media, por idéntico camino.

Ruta breve de dificultad media

- Dónde. Buenafuente del Sistal (Guadalajara) dista 190 kilómetros de Madrid yendo por la carretera de Barcelona (N-II) hasta Alcolea del Pinar (salida 135) y luego por la de Molina de Aragón (N-211) hasta Mazarete, donde aparece señalizado el desvío al monasterio.

- Cuándo. Otoño, primavera e invierno son, por este orden, las mejores estaciones para dar este paseo de ocho kilómetros y tres horas de duración -ida y vuelta por el mismo camino-, con un desnivel acumulado de 250 metros y una dificultad media. A dicho tiempo hay que añadir el que dediquemos a visitar la iglesia románica de Buenafuente y la moderna capilla donde se encuentran el Cristo de la Salud y la Virgen -también románica- conocida como la Francesita.

- Quién. José Luis Cepillo, Francisco Ruiz y Juan Madrid son los autores de Andar por cañones y barrancos de Guadalajara (Editorial La Tienda; teléfono 915 343 257), una excelente guía de senderismo en la que se describen diversas variantes de este mismo recorrido dentro del capítulo dedicado al barranco de los Molinos.

- Y qué más. Cartografía: hoja 23-20 del Servicio Geográfico del Ejército o la equivalente (513) del Instituto Geográfico Nacional.

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