Un lugar al otro lado del espejo
Es crucial la primera imagen", escribe Philippe Genty en el diario de creación de Ligne de fuite (línea de fuga), su último espectáculo. La primera imagen de Ne m'oublies pas (no me olvides), montaje con el que debutó en Madrid, eran 12 personajes vestidos con gabardina y sombrero, avanzando en semipenumbra con un suave balanceo al ritmo moroso de la música de René Aubry; de repente, caían uno a uno de bruces, a plomo y sin poner las manos, antes de rozar el suelo recuperaban la vertical con la velocidad y la rigidez inhumanas de un tentetieso, y proseguían su avance lento, accidentado e inexorable. Esta escena duraba no menos de veinte minutos mágicos, los mejores del espectáculo. Desde entonces, Genty ha vuelto a España asiduamente, con montajes elaborados a partir de sueños que anota al despertarse y de recuerdos infantiles al filo de lo imposible. Es un alquimista que transforma a sus intérpretes en marionetas y a éstas en seres de carne y hueso, un demiurgo que deja espacio al libre albedrío de actores y bailarines durante el largo proceso de ensayos (los de Zigmund Follies, que giró por España durante el otoño pasado, duraron seis meses). Pero una vez acabados, sus espectáculos son mecanismos de relojería suiza, aunque el relojero sea francés. La primera imagen de Pasajeros clandestinos , el de mayor vuelo de los cuatro que he visto, era limpia, solar e inquietante, como un cuadro de Hopper: un empleado con visera y manguitos pulsa el telégrafo, haciendo sonar su pitido intermitente, mientras dos siluetas permanecen inmóviles, recortadas contra el fondo. Una se ilumina: es una joven delgada que danza, y después corta los cabellos de una muñeca. Se hace la luz sobre la otra: un viajero que se pone en marcha. Atención al doble mortal: la chica camina hacia el telegrafista -del que ahora sólo vemos la silueta, aunque seguimos escuchando el morse, más fuerte cada vez-, presiona uno de sus brazos y lo pliega como si fuera de cartón, ¡rac!, pliega el otro, la cabeza, el tronco...
y se lleva en una sola mano, con ligereza, lo que hace un instante era un ser humano. Más difícil todavía: el viajero se sienta a contraluz. Permanece inmóvil. La bailarina se vuelve hacia él, y, anticipando lo que va a pasar, el público (el casi millar de espectadores que llenaba el Mercat de les Flors) inspira admirativamente al unísono en uno de esos momentos de comunión que se producen raras e inolvidables veces en teatro. Aun estando avisados, Genty nos la ha vuelto a jugar: ahora a toda velocidad, Meredith Kitchen, la bailarina, pliega el cuerpo del viajero, bidimensional por arte de birlibirloque.
En Pasajeros clandestinos casi todo está a esa altura, y el final sobrepasa lo imaginable: los personajes y la escenografía entera se sumen en un remolino, desaparecen por un agujero de desagüe y la escena queda repentinamente vacía, como un lago artificial. "¿Anem, o ens hi quedem interrogant-nos?", preguntaba al cabo de un rato a sus acompañantes un espectador de los muchos que se acercaron a tocar la herida con sus propias manos. Desde Derives (1989) hasta Ligne de fuite, los espectáculos de Genty ponen en escena viajes interiores, encuentros sorprendentes, mundos en los que las cosas y las personas aparecen y desaparecen por ensalmo, personajes extraños, desdoblados, en busca de sí mismos.
Ligne de fuite, que llega al Festival de Otoño de Madrid inmediatamente después de un mes de éxito en el Théâtre National de Chaillot, de París, es una sucesión alucinada de sorpresas, metamorfosis, metáforas visuales e ilusiones ópticas. Ayudados por cuatro técnicos invisibles, sus seis protagonistas humanos se multiplican en réplicas miniaturizadas, navegan, se pierden en laberintos, se vuelven ingrávidos o se topan con seres gigantes en una sucesión de peripecias descoyuntadas y humorísticas al otro lado del espejo. Genty combina actores, bailarines y marionetas con un sentido mágico tan arraigado en la filogenia de las artes escénicas como inhabitual en nuestros días. Sus montajes son animales invertebrados: no necesitan de esa columna vertebral a la que llamamos argumento, porque él confecciona un exoesqueleto igual de sólido asociando libremente ideas, imágenes y movimiento. Le ayudan decisivamente Mary Underwood (coreografía) y Nicholas von der Borch (efectos especiales).
Ligne de fuite. Teatro de Madrid. Avenida de la Ilustración, s/n. Del 6 al 9 de noviembre.
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