Manipulación
En los últimos años nuestra memoria parece haberse quedado en barbecho, sepultada bajo un montón de estiércol. La basura del pueblo desraizado está compuesta de demagogia, desidia, intolerancia, insolidaridad y objetivos. Da la sensación de que hemos bajado los brazos en señal de derrota ante lo que nos imponen desde la cúpula de poder que dirige nuestras vidas.
La capacidad de crítica se ha adormilado bajo los efectos sedantes de la opulencia, del vacío de valores. La inteligente autocrítica que nos conducía a una mejora como personas ha sido relegada a reductos de incomprensible (o no tanto) olvido mediático: No interesa al poder establecido regar la planta de la cultura porque sabe muy bien que ésta es como una liana: se engarza a todo elemento saliente para crecer y fortalecerse.
Y esa referencia debe ser borrada del cerebro de la masa (esa que no piensa, al contrario del individuo). Para ello, nada mejor que bombardearla con programas o imágenes simples: fútbol, disputas y cotilleos (con la disputa en medio de los otros dos como elemento enlazador); abarrotar su despensa con opíparas dosis de opio; sedarla con el somnífero de los programas insustanciales; o no apostar de manera clara y decidida por la mejora de la educación desde la base, incrementando las partidas presupuestarias o mediante proyectos realistas.
Resulta paradójico que en la sociedad de la información el pueblo se encuentre en la mayor de las ignorancias: La que provoca la información manipulada.
Y es que la mentira -o la verdad a medias-, de tanto usarla con fines tendenciosos, se consolida como una verdad irrefutable. Baste para ilustrar este hecho el ejemplo de Dolores Vázquez y su lapidación pública. Por desgracia no es el único caso.
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