Eco parcial
No puedo evitar sentirme enfadado al comprobar cómo su periódico se hacía eco de forma parcial de lo sucedido el viernes pasado en la noche madrileña, tras el cierre de campaña de la Falange. Rondarían las doce de la noche cuando en compañía de un amigo viajaba en un vagón de la línea 1 del metro. Al adentrarse el tren en la estación de Iglesia algo comenzó a golpear sus paredes, eran las manos y los pies de un grupo de cabezas rapadas. Desconozco cuántos serían, pero parecían muchos. El goteo de simbología fascista era incesante. Miré incrédulo el gesto de mi amigo.
Durante breves segundos me sentí afortunado al estar protegido por el metal del vagón. Personalmente jamás habría contemplado la posibilidad de detenerme y abrir las puertas, rompiendo así la barrera que nos separaba. Quien conducía aquella noche el tren no sintió lo mismo.
Su entrada fue la continuación de la agresividad ya mostrada. Gritos y empujones, dejándose notar imponían su presencia. Desafortunado fue aquel que intentó salir del vagón: empujones y un manotazo en la cara fue lo que encontró a su paso. Tengo 20 años y sin dudarlo podría haber sido mayor que gran parte de ellos. Sentí miedo. No fui el único. De repente me vi fuera del vagón.
Toda una suerte, si no hubiese sido porque en el andén de en frente había otros tantos cabezas rapadas. Intentando no llamar la atención, sin llegar a correr pero andando todo lo rápido que se puede andar, alcance las escaleras de la calle. Lo último que recuerdo son gritos en favor del Ku Klux Klan. Su publicación del sábado mencionaba que el acto se saldó sin incidentes.
¿Debe morir alguien para que se tomen las medidas necesarias? ¿Por qué?
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