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Columna
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La quiebra del monopolio nacionalista

Esquerra Republicana (ERC) no sólo quita votos a Convergència i Unió (CiU), le niega el monopolio del nacionalismo. La competencia en el mercado electoral es inquietante porque puede dejar a CiU fuera del poder, pero la pérdida del monopolio nacionalista es más grave porque quiebra el supuesto incuestionado que le ha permitido a CiU presentarse como un partido-movimiento de amplio alcance. Sobre esta idea ha construido su hegemonía en la política catalana. El crecimiento de ERC dinamita la gran coartada. Contra ella no cabe el mezquino argumento del sucursalismo ni la apelación a supuestos intereses externos a Cataluña. Para mayor enojo, CiU ha de ser prudente en sus respuestas porque todas sus esperanzas de conservar el poder pasan por una alianza salvadora con Esquerra. Jordi Pujol está visiblemente irritado con Josep Lluís Carod, que le ha roto los esquemas. Artur Mas ha cometido un patinazo sólo explicable porque se siente ahogado por la presión que Esquerra ejerce sobre su espacio político: la propuesta de buscar en Andorra la solución para las selecciones deportivas catalanas.

Las campañas electorales son territorio propicio para las soluciones imaginativas. Pero la apuesta andorrana rompe todos los esquemas: tendrá siempre un lugar de honor en la antología universal de los disparates de campaña. Es difícil saber qué es peor: la arrogancia con Andorra, de la que Mas se permite disponer como si fuera una comarca de Cataluña; la ignorancia de las disposiciones constitucionales de un país libre e independiente; el reconocimiento de impotencia para afrontar el problema por cauces políticos razonables; o la cortedad de ambiciones de quien para rechazar cualquier tutela de la bandera española se entrega a la andorrana. La realidad es que los nervios juegan malas pasadas. CiU vive en estado de ansiedad porque tiene la mayor parte de su poder apostado en las instituciones autonómicas. Si pierde las elecciones, no sólo pierde mucho poder, pierde definitivamente el monopolio del nacionalismo. Tantos nubarrones aparecen en su futuro que Pujol se ha apresurado a anunciar que seguirá por lo menos un año más como presidente del partido para tratar, con su autoridad, de evitar la desbandada.

Desde su condición de independentista confeso, Carod se está permitiendo reformular la idea de nacionalismo en unos términos que dejan como rancio al nacionalismo identitario de CiU. En una interesante entrevista en la revista del movimiento social Elkarri, Carod dice: "El patriotismo está muy bien, pero, sobre todo, para los patriotas. Sin embargo, ni todo el mundo es patriota, ni todo el mundo habla catalán, ni todo el mundo identifica la bandera catalana como la suya, ni se siente parte de forma consciente y activa de la realidad nacional catalana. Todo el mundo, haya nacido donde haya nacido, hable la lengua que hable y lleve el apellido que lleve, es aquí donde trabaja, donde paga sus impuestos y donde empieza a constatar que tenemos el mismo bolsillo. La construcción colectiva de un país debe hacerse en lo que tenemos en común". Es un nacionalismo nada excluyente en su formulación que bien podría llamarse nacionalismo del bienestar.

Contrasta esta posición con el nacionalismo identitario clásico que Mas, Duran Lleida y el propio Pujol han hecho resurgir esta pasada semana en su versión más excluyente al hablar de la amenaza de "desnaturalización" de Cataluña ante la llegada masiva de inmigrantes y de los peligros que comportaría "dejar en manos de la inmigración la resolución de los problemas". A juicio de los líderes de CiU, si los catalanes no contrarrestan la inmigración procreando más, Cataluña será un país "acabado", "decadente y condenado a la extinción". Los dirigentes de CiU saben que si no fuera por las sucesivas oleadas de inmigración durante el siglo XX, con su crecimiento natural Cataluña hoy sólo tendría 2,5 millones de habitantes. ¿Sería mejor así? Saben perfectamente que no, pero no les importa, a la hora de buscar el voto, jugar al aprendiz de brujo encendiendo el fuego del rechazo. ¿Qué significa desnaturalización? ¿Quiere decir que hay una realidad natural de la nación catalana que está más allá de las decisiones de los ciudadanos? ¿Hay que entender que CiU está apostando por una idea de la nación basada en la sangre y no en el derecho de suelo? Los peores fantasmas son convocados cuando se quiere insinuar que hay una realidad telúrica, superior al hacer y a la voluntad compartida de los ciudadanos, que determina la nación. Sin embargo, el discurso de la desnaturalización de Cataluña es perfectamente coherente con el modo en que el nacionalismo convergente ha gobernado el país, basándose en la idea de que ellos son los únicos nacionalistas y como tales tienen una misión sagrada -o natural, si se prefiere- de dirigir el país que nadie puede disputarles. Cuando el monopolio nacionalista es puesto en cuestión se les derrumba el entramado de su edificio ideológico.

Entonces, ¿qué ocurre? Que emerge un partido fundamentalmente conservador. Patinazo andorrano aparte, Mas está aplicando un criterio de buen sentido político a su estrategia electoral: en caso de dificultad, centrar todos los esfuerzos en hacer el pleno de los votos propios. Lo aplicó a rajatabla el presidente del Gobierno, José María Aznar, en las elecciones municipales y sacó el empate que buscaba. Es perfectamente previsible que en los días que quedan de campaña todos los esfuerzos de Mas y de CiU se sigan centrando en avisar de los peligros del cambio, en pedir a sus electores que reflexionen, que si durante estos años les ha ido bien se lo piensen dos veces antes de correr una aventura. Es interesante constatar la rapidez con la que la consigna se ha hecho transversal en la derecha. En pocos días, desde Fomento -con el empresario orgánico del PP Juan Rosell a la cabeza- se ha lanzado el anatema sobre un gobierno de izquierdas con ERC. Pregunta retórica: ¿El argumento valdría si el gobierno fuera de CiU con ERC? Y desde el PP, Josep Piqué ha desplegado ya el tradicional discurso sobre la amenaza socialista-comunista-separatista. Lo que no puede negarse es que la derecha se repite. Obligada a situarse contra el cambio, CiU pierde parte de la ambigüedad que siempre la ha caracterizado, en la medida que ha perdido el monopolio del nacionalismo. Y por más que CiU se esfuerza en desmarcarse del PP, éste no se deja, porque la derecha tiene el guión escrito y muy claro desde hace tiempo: entre un nacionalismo moderado y la izquierda, siempre prefiere al nacionalismo moderado. Algunos todavía dirán que la izquierda y la derecha son lo mismo. La derecha, por lo menos la política y la empresarial, tiene muy claro que no. Por algo será.

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