Condenado por aburrido
Algunos clubes necesitan entrenadores simpáticos, o duros, o locuaces. Va con el carácter de la institución. La Internazionale de Milano, una sociedad grande, volátil y sentimental, con una afición profundamente enamorada, busca un poco de orden. Sus equipos son capaces de lo mejor y de lo peor -normalmente, más de lo segundo- y de combinar esos extremos en un solo partido. Si el Barcelona, pongamos por ejemplo, sueña siempre con Johan Cruyff, en los sueños del Inter aparece el viejo Helenio Herrera, el inventor de los sistemas tácticos.
El club negriazul creyó encontrar en Héctor Cúper a un hombre parecido a Herrera, olvidando quizá que el mago, más que un táctico, era un genial manipulador de grupos humanos. La fe en los sistemas de Cúper era total. ¿Que nunca ganaba nada? Bueno. ¿Que aburría a las ovejas? Vale. ¿Que no se ganaba a la afición? ¿Y qué? El estoico argentino parecía garantizar la solidez, la seriedad táctica, la competitividad. Con él, al menos, el gran Inter no haría el ridículo y acaso, por un casual, acabaría cayendo un título.
Cúper cumplió durante dos años. El eterno perdedor hizo al Inter tercero en la Liga de 2001 y segundo en la de 2002; ese curso, además, regaló una filigrana: el Inter cayó en las semifinales de la Champions frente al otro equipo de la ciudad, el Milan, técnicamente invicto -decidieron los penaltis- y practicando, eso sí, un fútbol miserable. El argentino perdió, aburrió y martirizó a la afición, todo a la vez. Pero el equipo estuvo ahí, indudablemente sólido. Cúper cumplía. El presidente, Massimo Moratti, le mantuvo al frente del cuerpo técnico.
El contrato moral entre Moratti y Cúper se rompió hace 15 días, tras el derby con el Milan. Ese día, el Inter, además de aburrir, empezó a dar pena. Los rojinegros de Silvio Berlusconi jugaron bien; el Inter fue un equipo de empresa después de una paella, una peña indigna de pisar San Siro. Ahí tenían que haberse acabado las cosas. Pero Cúper es un hombre serio y trabajador y sabe mal despedirle. Por otra parte, Moratti, que no es el mejor presidente del mundo -para dar una idea, vendría a ser un Joan Gaspart con menos teleles y más millones-, ya se había hecho el cálculo de aguantar como fuera otra temporada de muermos y derrotas heroicas y contratar en junio a Roberto Mancini, el audaz técnico del Lazio.
Lo del sábado ante el Brescia, sin embargo, fue más allá de lo soportable. El Inter jugó una primera parte indigna. El humilde Brescia, con Roberto Baggio, de casi 37 años, como portaestandarte, zarandeó como quiso a un equipo roto. El que al final se remontaran dos goles, gracias a una reacción de pura rabia y a un penalti inventado por el árbitro, no significó nada. Los de Cúper habían hecho el ridículo, pecado máximo. La hinchada guardó silencio al principio. Luego, silbó. Al final, decidió ser cruel: a ritmo de tambores, empezó a corear los nombres de posibles sustitutos de Cúper -"¡Zoff!", "¡Zaccheroni!"- mientras los directivos de la Internazionale abandonaban el palco. El pobre Cúper, amarrado a un cigarrillo, con pánico en la mirada y sudor en la frente, era la viva imagen de un condenado.
Quizá le perdió el miedo. Cada semana daba un paso atrás. El equipo planeado este año por Cúper -con excepción del que ganó al Arsenal el 17 de septiembre, un espejismo- carecía de bandas y tendía a dibujar un embudo hacia su propia portería: los equipos contrarios caían prácticamente hacia el área interista sin encontrar oposición efectiva. Como en Mallorca, como en Valencia, en Milán le soportaron sin quererle y le despidieron casi con alivio.
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