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París | NOTICIAS
Columna
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El Goncourt como catástrofe

TRUOC-NOG PUDIERA ser el apellido de un ministro vietnamita pero no, no es el caso: se trata del título de una novela, de un ruso que escribe en francés, Iegor Gran, y que se ríe del más célebre de los premios literarios franceses, el Goncourt, es decir, leído al revés, El Truoc-nog (editado por P.O.L.). Gran se dio a conocer hace pocos años con una novela breve -Ipso facto- en la que abordaba, en clave de comedia trágica, los horrores de la burocracia, del hecho de carecer de un documento. Luego ha publicado otros libros próximos al mundo de la ciencia-ficción para, ya en 2003, arremeter con su peculiar humor contra la ideología humanitarista a través de O.N.G., una sátira sobre la guerra de la que se libran organizaciones que trafican con los buenos sentimientos.

Pero 2003 es también el año del centenario del Goncourt, del Truoc-nog, y Gran no ha querido dejar la oportunidad de reírse de él a través de la figura de un escritor que ya no es joven pero tampoco maduro, conocido pero no consagrado, y que de pronto se encuentra dentro de la lista de los seleccionados para el Goncourt. Eso es vivido como una catástrofe puesto que el protagonista explica que "desde que comencé a escribir, compraba sistemáticamente el libro del ganador del Goncourt. Subrayaba en cada página los pasajes particularmente deprimentes. Los errores de los demás hacen progresar. Me aprendí párrafos enteros de memoria. Cuando tengo que corregir mi texto, aparecen en mi mente y me guían como señales de dirección prohibida".

Porque de eso se trata, de presentar el Goncourt, no como un honor, sino como la cima del oprobio y, al mismo tiempo, de reivindicarlo: "Otros países tienen la pena de muerte: nosotros tenemos el Goncourt", dice un escritor que estima "el premio indispensable porque es el espantajo que hace avanzar la literatura francesa" a base de marcar el camino creativo "de balizas indicando los peligros a evitar". Para la esposa del novelista seleccionado para el Goncourt, las cosas tampoco son fáciles pues "a partir de ese momento arrastras una maldita reputación, como si fueses la esposa de Charles Manson o de Mengele".

Para Iegor Gran, no cabe la menor duda, el premio se concede cada año "al libro más insignificante de la temporada" y eso lo prueba el palmarés de sus casi cien años de historia "coronando abismos de mediocridad literaria". Sólo dos autores -Proust y Malraux- ponen en cuestión la extraordinaria y contumaz ceguera de unos jurados que nunca premiaron a Alain Fournier, Jean Anouilh, Louis Aragon, Marcel Aymé, Samuel Beckett, Antonine Blondin, Albert Camus, Louis Ferdinand Céline, Blaise Cendrars, Paul Claudel, Jean Cocteau, Colette, Jean Genet, André Gide, Jean Giono, Jean Giraudoux, Julien Green, Sacha Guitry, Eugène Ionesco, Alfred Jarry, François Mauriac, Roger Nimier, Marcel Pagnol, Charles Péguy, Georges Perec, Raymond Queneau, Natalie Sarraute, Jean Paul Sartre, Georges Simenon o Boris Vian, entre otros, y que en cambio quisieron consagrar apellidos hoy olvidados como Nau, Frapié, Farrère, Mosely, Miomandre, Leblond, Elder, Hériat, Bernard, Maran, Pérochon, Plisnier, Langfus, Navarre, Grout, Ikor, Walter, Curtis, Borel, Host o Lanoux a los que, como otros muchos, resulta imposible encontrarles un nombre que les distinga.

El editor del seleccionado para el premio comprende la vergüenza que se ampara de su autor pero no puede dejar de regocijarse ante la perspectiva de una tirada extraordinaria. Y nos descubre algunas de las leyes no escritas del premio, tradicionalmente concedido a autores de tres grandes casas editoriales: "No hay que olvidar que, desde un punto de vista ético, es difícil atribuir un Goncourt a un pequeño editor pues algunos les consideran como los laboratorios de la literatura francesa, el lugar en el que parece cocerse la literatura del mañana". Y si es del mañana, ¿por qué premiarla hoy? El editor sabe además que el premio puede permitir al novelista convertirse en profesional de la pluma y dejar su condición de profesor de instituto. Para todos aquellos que no ganan el Truoc-nog, "el Ministerio de Educación es el gran patrocinador de la literatura francesa". Y ése "es un pensamiento materialista. Porque se puede ser escritor francés y estar repleto de pensamientos materialistas. Incluso ésa es una ventaja, dicen algunos críticos. Ahí residiría la superioridad del escritor francés sobre sus camaradas españoles, ingleses o americanos, demasiado propensos a la fantasía".

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