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Columna
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Invisible

"ÉRASE UNA vez un árbol, al que los primeros vientos fríos del otoño habían despojado de casi todas sus hojas, pero no de sus frutas, que así podrían seguir alimentando a los pájaros". Tal es lo que oímos de los labios invisibles de una susurrante voz en off, mientras en la pantalla vemos a ese hermoso frutal abatido por la ventisca. Describo el comienzo del filme Elegía de un viaje (2001), del cineasta ruso Alexandr Sokurov, a quien, a continuación, acompañamos por un viaje de invierno, como entre sueños, que va desde San Petersburgo hasta la ciudad holandesa de Rotterdam, en cuyo Museo Boymans-van Beuningen nos acabamos deteniendo para contemplar, como al azar, una serie de cuadros.

No obstante, enseguida comprobamos que el fin del viaje es adentrarnos en el plácido y hermético secreto de la tabla La Plaza de Santa María y la Iglesia de María, de Utrecht (1663), de Pieter Saenredam, en la que podemos observar ese amplio espacio urbano iluminado por la cálida luz estival, que refulge por entre las nubes de un inmenso cielo, descubriendo, aquí o allí, algunas diminutas figurillas que se esparcen con naturalidad, como al desgaire cotidiano de un dominio cualquiera.

¿Qué pasa ahí, donde no pasa nada que no sea el testimonio de ese aquietado pasado, para que Sokurov sitúe allí la meta del viaje? ¿Es realmente un desplazamiento temporal a lo que fue o fuimos, un trayecto en pos del verano de la memoria, porque el actual desamparo nos impide saber quiénes somos? En Dolce (1999), Sokurov nos lleva al otro extremo geográfico, hasta una pequeña isla de Japón, donde, al principio, nos enseña las fotografías del álbum familiar del escritor del siglo XX, Toshio Shimao, de cuya biografía íntima nos informa una voz en off, para, después, enfrentarnos con la filmación actual de su viuda, que, muy sentida, se lamenta por la pérdida de sus seres más queridos. El trayecto aquí es, por tanto, el inverso, no sólo por el cambio de dirección de la ruta, sino porque son las imágenes congeladas las que nos llevan al palpitante dolor de los que sobreviven, pero en la forzada ausencia de los que les dieron sentido al vivir.

En el ensayo titulado Aceleración, prognosis y secularización (Pre-Textos), de Reinhart Koselleck, se hace una analogía entre la tradicional concepción apocalíptica de la historia, donde el fin del mundo se adelanta por una misericordiosa intervención divina, y la de nuestro progresista mundo contemporáneo, donde el tiempo se alarga infinitamente para mejorar un mundo, que ha de poseerlo todo, menos un fin, un objetivo donde el hombre pueda cobijarse para interrogarse por el porqué de su existencia. ¿Somos un frutal que florece para alimentar a los pájaros? ¿La imagen yerta, cuadro o fotografía, que testimonia una ausencia? ¿Unos atribulados viajeros que avanzan para descubrir lo que han perdido? Los poetas, como Sokurov, hacen estas preguntas, tanteando imágenes que remiten a lo invisible.

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