150 por 20,64 milímetros
El jefe me manda al Liceo a la presentación del nuevo puro Cohiba Siglo VI. No es el acto más adecuado para una no fumadora tan sensible como yo, pero, con lo mal que está lo de ganarse la vida, no es cuestión de hacerse la estrecha. Vale que los actos sociales de los fumadores son muy aburridos, pero es que los actos sociales de los no fumadores todavía lo son más. Nada, nada. Me visto de finolis, me pongo un libro de Cabrera Infante en el bolso y allá voy.
"Apuesto joven", le digo al apuesto joven que me abre la puerta, "¿la zona de no fumadores, por favor?". El apuesto joven me mira sin comprender. Precisamente hoy en el Liceo sí se permite fumar. Entro en el Salón de los Espejos tosiendo y abanicándome, y me coloco junto al extintor. Hay tanto humo en el ambiente que esto parece una coreografía del ballet Zoom, del programa Aplauso. Los asistentes al acto avanzan en mares de sociabilidad, como sobre ruedas, transportando sus copas de vino con la delicadeza de un equilibrista. Antes de bebérselas, eso sí, las centrifugan. Algunas de las invitadas famosas se han disfrazado de hombre, con traje de rayadillo, porque parece que es lo sexy cuando fumas puros. Sólo les diré que en mi bolso caben todos los bolsos de todas las señoras de la sala. Junto al escenario, dos parejas hablan de "la cultura del puro", de "la cultura del vino" y de "la cultura de la buena mesa". Estoy segura de que antes de que yo llegara han hablado de "la cultura del perro rottweiler" y pronto hablarán de "la cultura del frigorífico de dos puertas panelable". Más allá, un hombre de pelo blanco recogido en una coleta le propone a otro: "¿Hacemos un Drolma o qué?". A su lado, un caballero se ajusta el bolso de Armand Basi en bandolera y suelta este chiste: "Yo me lo fumo todo. Si está limpia y es mayor de 18 años... ¡Me lo fumo todo...!".
Distingo a dos tipos de fumador: el que fuma para excitar y el trascendente. Falta mi preferido: el que mordisquea y escupe al suelo
Un señor se sienta a mi lado. "¿Eres periodista?", me pregunta. Decirle la verdad -que no- implicaría más de un monosílabo, así que contesto: "Grñs". Él menea la cabeza, chasquea la lengua y se ríe con displicencia: "Ya se nota que eres periodista. ¡Por lo que apuntas!". Y añade: "Yo también soy periodista, pero no pienso apuntar nada. Con el dossier de prensa voy sobrao". Y desenfunda su tarjeta. Es un tal Fernando Martínez, director de un periódico electrónico llamado Ambigu.net, dedicado a la gastronomía. Al instante, aparece otro señor y se sienta a mi otro lado. "Me suena tu cara. ¿Periodista, no?" y también desenfunda su tarjeta. Es un tal Lluís Mesalles, editor de otro periódico electrónico, llamado boletin-turistico-com. Me doy cuenta de que a estos señores el hecho de apuntar les parece muy poco profesional. Algo tan extravagante como salir del hotel para escribir una crónica sobre disturbios callejeros. Me levanto a buscar una copa (así, viajo). "Tráeme un Minute Maid de naranja, que me duele mucho la pierna", me dice don Martínez. Cuando vuelvo, añade: "Vas a flipar cuando saquen el picoteo. Verás a todos éstos, cuando salga el jamón. A mí, es que me da vergüenza ajena". Supongo que usa el verbo flipar porque cree que -a pesar de mi edad- si apunto, es que debo de ser estudiante en prácticas. Los periodistas con mundología no llevan ni bolígrafo.
En el escenario, dos sopranos y un tenor del Conservatorio del Liceo interpretan la escena del brindis de La traviata. El público les acompaña: "La, la, la, la, la...". Cuando termina, todos aplaudimos excepto los dos señores de los periódicos electrónicos. "¿De qué medio eres, tú? ¿Tienes columna propia?", me pregunta don Martínez, el del Minute Maid. "Porque yo te daré un artículo que no ha sacado nadie, nadie. Tengo la solución para acabar con el tabaquismo. Mira: apunta, apunta (que veo que te gusta apuntar). A ver: a mí, lo único que me sacaría del tabaco es que costase un precio que no pudiera pagar. Y puedes poner mi nombre y sacar mi foto, que yo doy la cara si hace falta". Tras los aplausos, sale el bailarín Antonio Canales, que ejerce de presentador. "Y después de estas maravillosas voces... de estos ángeles...", empieza. Pero don Martínez me interrumpe y no puedo escuchar cómo sigue. Me susurra: "Para el artículo del tabaco ¡se me están ocurriendo una de cosas...!". Pero no aparto los ojos del escenario porque un representante de la empresa distribuidora del Cohiba explica que el puro que presentan "tiene un fondo dulzón y ligeramente especiado". Da instrucciones sobre cómo cortarlo y encenderlo, así que saco del bolso las tijeras de trocear el pollo que siempre llevo. En la sala, a pesar del humo, distingo a dos tipos de fumador: el fumador del tipo Monica Lewinsky, que fuma para excitar, y el tradicional fumador trascendente, al que reconoceremos porque enciende el puro como si estuviese poniéndole una vela a la princesa Diana. Falta el fumador del tipo Edward G. Robinson, que es mi preferido. Éste mordisquea el puro y escupe las partículas al suelo. Para ello, suele tener contratado a un obrero que se coloca debajo de la mesa para ir recolectando los trozos.
"Y el final del artículo ya lo tengo", me advierte don Martínez, el del Minute Maid. "Apunta: ¡que tomen buena nota los señores del Gobierno y los de la Unión Europea que tanto presumen!". Y yo apunto. Pero en cuanto puedo, me vuelvo al bar.
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