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Columna
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Repensar la política social

"A veces, señala Magris, una época puede quedar resumida en una palabra clave que, como una marca de fábrica, indica sus aspectos y tendencias más llamativas o sus manías más persistentes, su retórica dominante". Así es. Y cuando pensamos en la situación económica y en sus consecuencias sociales, esa palabra sólo puede ser: inseguridad. Inseguridad, o cualquiera de sus sinónimos de hecho: riesgo, incertidumbre, vulnerabilidad, precariedad. En nombre del progreso económico, siguiendo con aplicación los dictados de instituciones como la OCDE, en los últimos quince años hemos asistido al desmontaje sistemático de todo aquello (consensos e instituciones) que fundamentó los estados de bienestar en Europa y que instituyó unas políticas sociales caracterizadas por la construcción de "redes" o "mallas de seguridad" (safety nets). En la práctica, estas redes de protección social se constituían en últimas redes, en el sentido de que estaban pensadas para entrar en acción cuando todo lo demás ("todo lo demás" que, en la práctica, se podía identificar con el empleo) fallaba. Estaban ahí sólo para impedir que quienes caían del trapecio de la vida -casi siempre, cuando fallaba ese agarre social fundamental que es el empleo- se estrellaran irremediable y definitivamente contra el suelo. Se trataba, por tanto, de redes que cumplían una función paliativa: se activaban, por así decirlo, cuando el resbalón, cuando la pérdida de agarre, ya se había producido.

Esta concepción de la solidaridad social como red de seguridad se ha construido sobre dos presupuestos fundamentales: a) Pleno empleo: se considera que todas las personas dispuestas a trabajar disponen o acabarían por encontrar un empleo estable y bien remunerado, por lo que la red de seguridad tan sólo ha de cumplir la función de "por si acaso". b) Exclusión marginal o coyuntural: aquellas personas caídas del trapecio del empleo son, en general, recuperables (reinsertables) o, en caso de no serlo, constituirán un número muy reducido. Pero las cosas han cambiado, y mucho. La magnitud del cambio queda evidenciada por un hecho que no está siendo tenido en cuenta: si bien en los últimos quince años las tasas de paro se han reducido significativamente en España, la tasa de pobreza se mantiene o, incluso, se ha incrementado ligeramente. En 1984 un ya clásico estudio promovido por Cáritas Española descubría la infamante realidad de ocho millones de pobres; pues bien, en el año 2000 un nuevo estudio (Las condiciones de vida de la población pobre desde una perspectiva territorial. Pobreza y territorio, Foessa, Madrid 2000) nos revela la consistencia de la pobreza en la sociedad española: más de dos millones de familias, unos ocho millones y medio de personas, viven bajo el umbral de la pobreza. Los datos de esta investigación, ejemplo como siempre de rigor científico, han sido "oficializados" por el Consejo Económico y Social, que basa en ellos su informe La pobreza y la exclusión social en España: propuestas de actuación en el marco del plan nacional para la inclusión social (CES, Madrid 2001).

Vivimos, pues, una realidad que se caracteriza por la extensión de las situaciones de vulnerabilidad personal y social. En estas condiciones la política social tradicional, paliativa y pensada para responder a necesidades extraordinarias y circunscritas a sectores concretos de la población, muestra su fragilidad. Lo que necesitamos es una nueva red preventiva universal apropiada a unos tiempos de flexibilidad económica, de manera que esta flexibilidad no suponga precariedad vital. Una política social para el futuro debe ser capaz de asumir y responder a la quiebra de la norma social de empleo y a la correspondiente aparición de cada vez más situaciones de precariedad laboral y vital. Debe ser, por tanto, una política integral, a la altura de los retos estructurales que hoy tiene planteados nuestra sociedad. Y debe ser, también, una política sostenible, que integre el reto de conciliar el bienestar en nuestra sociedad con la solidaridad internacional y el respeto al medio ambiente. Pero no sé yo si estas cosas van a encontrar un hueco en nuestros debates pre-electorales.

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