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Columna
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Tentación

Manuel Vicent

Desde la ventana del hotel Intercontinental de Cali se ve un cerro muy elevado en cuya cima hay tres cruces enormes que, de noche, se iluminan con los colores de la bandera colombiana. En otro tiempo esta Crucifixión se perfilaba limpiamente entre el monte y el cielo, pero ahora está rodeada por la maraña de las antenas parabólicas de un repetidor de televisión. En la oscuridad de Cali, impregnada por todos los ritos de la violencia, desde la habitación del hotel podía contemplar aquel Gólgota fantasmagórico, mientras en la pantalla del televisor el Papa de Roma estaba oficiando en directo una vez más su propia agonía. Esa resplandeciente ceremonia del Vaticano me hizo recordar la cuarta tentación, que, según Voltaire, sufrió Jesús de Nazaret y que no viene en el Evangelio. Un día se acercó el diablo al Nazareno y le dijo que si era hijo de Dios convirtiera la piedras en pan. No sólo de pan vive el hombre, fue la respuesta famosa, con la que Jesús ganó el primer asalto. Luego el diablo lo subió al pináculo del templo y le propuso que se arrojara al vacío, como hacen ahora los especialistas en las películas de acción. Si era hijo de Dios no iba a necesitar ningún truco: los ángeles lo tomarían en brazos en pleno vuelo para depositarlo en el atrio suavemente. Jesús no era partidario de rodear su doctrina de efectos especiales y rechazó con desprecio la idea, ganando así el segundo combate. Finalmente, desde la falda de un monte, el diablo le mostró un valle muy feraz y le prometió que todo aquel vergel sería suyo si postrado lo adoraba. Vade retro, Satanás, exclamó Jesús y con esto salió victorioso de las tres tentaciones, según el Evangelio. Pero el malvado Voltaire cree que hubo una cuarta proposición, no escrita en ningún documento, muy difícil de rechazar. El diablo tomó del brazo suavemente a aquel ardiente profeta, hijo de un carpintero de Nazaret, y como un consejero áulico lo llevó a un lugar oscuro del templo y le dijo de forma melosa al oído que si le vendía su alma fundaría una iglesia y sería famoso hasta el fin de la historia. Ignoro si se cerró el trato. En tiempos de Voltaire no había televisión, pero ahora, dos mil años después, en Cali yo veía la ceremonia del Papa transmitida por aquella antena parabólica que se levantaba junto a la cruz. El Papa estaba convirtiendo en liturgia la propia agonía y ésta no podía separarse de un lujosísimo boato de incienso, oro y cardenales, mientras en la noche de Colombia aullaban los lobos de la pobreza y la violencia.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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