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Columna
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Jóvenes españoles, jóvenes europeos

La tardía emancipación de los jóvenes españoles es un fenómeno amplio y brillantemente estudiado por nuestros sociólogos, que señalan en primer lugar el ensanchamiento de las fronteras de la clase de edad juvenil que va de los 14 a los 31 años, así como las grandes determinaciones de sus preferencias y conducta: de tipo económico, unas, y culturales, las otras. Entre las primeras, los obstáculos para incorporarse al mundo laboral y las dificultades para encontrar una vivienda adecuada son las más discriminantes y existen en mayor o menor medida en todos los países europeos, aunque quizá en España es donde alcanzan niveles más altos.

Sin embargo, no son tanto la escasez de empleo y vivienda lo que retiene a los jóvenes en casa de sus padres, cuanto la incertidumbre de poder contar con los ingresos necesarios para mantener un nuevo hogar, asegurar la educación de los hijos y disfrutar de una cierta calidad de vida. Incertidumbre que es, sobre todo, función de la precariedad laboral, de la que nuestro país es indisputado campeón y que, además, no es condición accidental y pasajera del mundo del trabajo, sino consecuencia de las transformaciones introducidas por el desarrollo tecnológico. Los sistemas de protección social actualmente existentes apenas atenúan esta situación, como nos muestra el estudio de Gallie y Paugam Regimes and the experience of unemployment in Europe (Oxford Univ. Press, 2000).

Claro está que en esas conductas influyen también pautas familiares y culturales organizadas en torno de las categorías de riesgo y seguridad. El estudio de Furlong y Cartwell Young people and social change (Open Univ. Press, 1997) y los textos de Gil Calvo sobre este tema explican, en función de la seguridad, el cambio de preferencias normativas entre la generación del 60 y del 96/2000, que Martín Serrano analiza en profundidad en sus dos informes sobre la juventud en España. En cuanto a los dos principales modelos de la tipología familiar, tal vez pueda afirmarse que si el católico-latino, con el autoritarismo patriarcal por una parte, y la maternización, por otra -que lleva a Lorenzo Navarrete a elaborar una nueva hipótesis que llama la matrisocialización-, empujan al joven adulto a prolongar la dependencia y a retrasar la emancipación; el de las familias liberales de los países anglosajones tiende por el contrario a exclaustrar a los hijos, lanzándolos más tempranamente a la lucha por la vida.

Existe una interpretación muy extendida que atribuye la retracción de los jóvenes de hoy a opciones consumistas y hedonistas propias de la ideología de la posmodernidad. Ahora bien, este encuclillamiento en lo dulcemente placentero se compadece mal con el combativo compromiso de muchos jóvenes de ahora en los principales procesos de ruptura. Por ello, sin negar que enriquecimiento y disfrute sean motivaciones de una gran parte de la juventud, no puede tampoco ignorarse la conciencia de responsabilidad que con frecuencia acompaña las emancipaciones tardías. Gil Calvo subraya certeramente que muchos padres o futuros padres se sienten impotentes para situar a sus hijos en un nivel igual o superior al suyo y se saben incapaces de transmitirles un capital social y cultural capaz de responder a las demandas de la sociedad actual. La estrategia sucesoria fracasa, pues, no por deserción de los padres, sino por la degradación de sus condiciones y puestos de trabajo, que se convierten en sustancialmente intransmisibles, transformando a sus portadores en padres virtuales y a sus hijos en huérfanos sociales efectivos.

Todas estas características que afectan a toda la juventud europea son aún más patentes en España y nos plantean un interrogante para el que no tengo respuesta convincente. ¿Qué razones hay para que en Europa nuestro país sea hoy económicamente uno de los más dinámicos y nuestra sociedad una de las más vivas, y en cambio nuestros jóvenes figuren entre los más retraídos? Sandra Gaviria, en su brillante tesis doctoral, compara la emancipación de los jóvenes franceses y españoles desde las perspectivas familiar y cultural que en España privilegian la lógica de la seguridad y la protección, y en Francia la del riesgo y la autonomía. A lo mejor todo está en eso, en que los padres abran las puertas y animen a los hijos a volar/vivir por su cuenta.

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