La ronda de la vida
Es una costumbre de la pereza intelectual relacionar el nombre de Gógol con el de un fustigador de los vicios de la sociedad de su tiempo. Así, Almas muertas sería una galería de escenas en las que, con regocijante comicidad, su autor hace burla más o menos sangrienta de una colección de tipos y usos sociales de la época señalados por su hipocresía, corrupción, ineficacia, abuso de poder, etcétera. Los dos principales blancos de la burla serían, al parecer, el funcionariado ruso y la esclavitud del campesinado y, por elevación, el tiro intentaría alcanzar directamente una representación de lo que se ha dado en llamar "el alma rusa".
La realidad -es decir, en este caso la escritura, la novela- es bien distinta a mi modo de ver. En primer lugar, hay que decir que Almas muertas no es una novela de crítica social; todo lo más, cabe aceptar que es el propio escenario -la vida en una ciudad de provincias- el que provee necesariamente de un entorno social, pero sin otra intención que servir de escenario. Naturalmente, no es un escenario inocente, pero no es el objetivo principal, el que da sentido a la obra. Es como si alguien afirmase que Nathanael West, con su Miss Lonelyhearts, tenía por fin que hacer una crítica de los consultorios sentimentales de los periódicos de la época; eso sucede, pero es secundario, se limita a contribuir a la obra afluyendo al cauce principal. El cauce principal es el que debe buscarse siempre en una novela con ambiciones porque la mirada acostumbrada del costumbrismo lo iguala todo, corta pies y cabezas para uniformizar la foto final.
ALMAS MUERTAS
Nikolái Gógol
Traducción de José Laín Entralgo
Josef K, editor. Madrid, 2003
592 páginas. 24 euros
Quien haya leído el relato de Gógol titulado La nariz habrá dado con la llave que abre la literatura del maestro ruso; el relato cuenta cómo un barbero encuentra una mañana la nariz de un parroquiano suyo en el bollo del desayuno, una nariz que se revelará como perfectamente independiente y traerá de cabeza al barbero, al parroquiano y a la policía convertida en Consejero de Estado. ¿Cuál es el cauce principal de la obra de Gógol? Yo diría sin titubear que éste: la irrealidad de lo real.
Gógol tiene una formidable imaginación que emplea de manera muy diversa, de la fantástica fabulación de La nariz al duro humor del Diario de un loco bien podemos acercarnos a ese prodigio que es El capote, el primer texto verdaderamente genial donde todas sus cualidades se condensan para alcanzar la cumbre narrativa: Almas muertas. El humor de Gógol -no sé si deberíamos llamarlo, mejor, su comicidad- es sólo el primer contacto, el vestíbulo del edificio de su imaginación; quedarse en él puede ser cómodo y divertido pues incluso esa lectura de orden más superficial entretiene a las mil maravillas, pero solamente cuando empezamos a comprender que la irrealidad de la realidad no es otra cosa que la representación del lado tenebroso de la existencia, la comicidad se manifiesta como la fachada de una verdad demasiado cruel.
Bien es cierto que, a partir de aquí, el lector puede ir descendiendo por la otra ladera tras haber llegado a la cima y reencontrarse con el alma rusa o con momentos de irresistible humorismo e incluso con apreciaciones y toques satírico-costumbristas que no debe desdeñar. Pero ¿qué tal si aceptamos que las verdaderas almas muertas son, precisamente, todas las personas vivas de la ciudad de N., a las que el protagonista, el comprador de almas muertas, Chichíkov, hace girar como el comedido propietario de un tiovivo hace con sus caballitos y sus clientes? La ronda de la vida gira de un modo grotesco.
La primera parte de la novela (un total de 11 capítulos) está tal cual la dejó escrita y ordenada Gógol. La segunda, como se sabe, la quemó en buena parte y sólo quedan los capítulos que aquí aparecen como tales de esa segunda, aunque no se puede verificar ni el lugar que ocupaban en la obra. No hay problema para considerar que la primera parte es la obra -a mí me parece tan admirable que dudo del camino que iba a tomar la segunda- y el resto, los apéndices, en todo caso admirables en sí mismos. Lo que sí conviene señalar al lector es que esta edición recupera una vieja traducción, así lo presumo, firmada por la competente pluma de José Laín Entralgo, pero existe otra edición de Almas muertas reciente, del año pasado, que es una nueva traducción, actual y solvente, y posee un repertorio de notas muy interesante -ésta de Josef K, editor, también las tiene, pero en menor cuantía- y añade además cuatro cartas de Gógol a un corresponsal imaginario en las que habla de su obra y de por qué la entregó a las llamas más el prólogo que escribió para la segunda edición rusa (Edaf, Madrid, 2002).
Bien. Es un clásico del XIX, un libro imperecedero. Su actualidad es asombrosa. Pero además es uno de esos libros que, mientras el mundo da tumbos como los está dando a principios de este explosivo siglo XXI, le hace decir a uno: ¡menos mal que existe la Literatura!
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.