El reloj de la memoria
En México, siempre tuve la sensación de que la realidad cotidiana, tan parecida a la de mi memoria barcelonesa, podía saltar por los aires en cualquier momento y ser sustituida por la fantasía más surrealista. Era muy sugestivo vivir en un mundo que tenía una cara doméstica y otra desconocida; en un instante estabas en casa, y al siguiente, en otro planeta. Confirmé mis sospechas de que la realidad siempre supera a la ficción.
Por eso tal vez, el cónsul de México en Barcelona es un escritor, Sealtiel Alatriste, y la nueva sede del consulado, uno de esos lugares sorprendentes que todavía quedan en Barcelona, una casa modernista en el paseo de la Bonanova, encargada en 1914 al arquitecto Josep Puig i Cadafalch por el hermano perdedor de un sultán de Marruecos que escogió Barcelona como exilio dorado tras ser destronado. El sultán en cuestión se llamaba Muley Afid y para congraciarse con los habitantes de la ciudad de los prodigios les regaló una elefanta, la elefanta Julia, tan famosa en su tiempo como ahora Copito de Nieve.
La casa del sultán donde tiene su sede el nuevo Consulado de México en Barcelona me confirma que la realidad supera siempre a la ficción
Pero además de la memoria del sultán y la elefanta, el edificio alberga ahora otros recuerdos que han atravesado el tiempo para recordarnos el pasado, un pasado trágico y también solidario, un tiempo en el que muchos dieron lo mejor y lo peor de sí mismos. Un reloj de madera, con las manecillas detenidas en un momento preciso de la historia, que Alatriste colgó el pasado viernes en el nuevo y flamante consulado y cuya historia relató.
"En la sala de reuniones de este consulado", dijo, "hay un reloj antiguo, de madera dura, cuyas campanadas dejaron de sonar hace muchos años. Me fue entregado junto con el mobiliario y el resto de los enseres que recibí a mi llegada. Lo colgamos el viernes pasado al caer la noche, en una ceremonia íntima pero no menos solemne, a la que asistimos los que nos encontrábamos aquí, y cuidamos de que sus manecillas siguieran marcando las dos de la tarde. Según me dijeron al llegar, a esa hora, en un impreciso día del año 1939, este reloj dejó de funcionar. Estaba colocado en las oficinas que el consulado general tenía en la Rambla de Catalunya, muy cerca de la avenida Diagonal, cuando ya era evidente el triunfo de las tropas franquistas y el Gobierno republicano de México había decidido cerrar sus representaciones en España".
México acogió generosamente al exilio español, entre los que se encontraban muchos catalanes. Una historia conocida por todos que no es necesario pormenorizar. Nunca estableció relaciones diplomáticas con la España franquista y mantuvo fiel su compromiso con la república. Cuando, tras la muerte del general y la vuelta de la democracia, se reanudaron las relaciones diplomáticas entre los dos países y se reabrió el consulado, se presentó un joven cargando un reloj enorme de madera cuyas manecillas estaban detenidas a las dos de la tarde. Iba a devolver el objeto que su familia había guardado durante décadas. "Me lo dio mi padre", dijo, "y me pidió que lo devolviera cuando el Consulado de México se abriera de nuevo". Su padre era el portero del edificio y pensó que sería una cuestión de semanas antes de que el reloj pudiera volver a su pared.
"El tiempo detenido en aquellas manecillas iba a representar la cifra de su equivocación", explicó Alatriste. "El hombre murió y, váyase a saber por qué, legó la responsabilidad a su hijo para que entregara aquel objeto que tenía en depósito; un depósito simbólico, preciado para todos los mexicanos que vendríamos con el tiempo a Barcelona; un depósito que él mismo, y nadie más, se había impuesto".
En el piso más alto de la casa Muley Afid hay una sala muy grande cuyas paredes están decoradas con motivos deportivos de la Barcelona de principios del siglo XX. La cenefas son modernistas, pero los dibujos parecen obra del ilustrador Castany. Una de ellas es un jugador del fútbol con la camiseta del Barça. ¿Casualidad? Rafael Márquez es ahora el único futbolista que puede competir en la mitología mexicana con la imborrable memoria de Hugo Sánchez. Y no juega en el Madrid, sino en el Barça. Lástima, comentaba el subsecretario de Exteriores mexicano, Enrique Berruga que justo el lunes el Barça, y con él Márquez, viajaba precisamente rumbo a México.
Pero si faltaban futbolistas, abundaban los escritores y editores. Al cónsul le acompañaba su amigo Arturo Pérez Reverte, el mismo que le usurpó el nombre para dárselo al más famoso espadachín de la España del Siglo de Oro. Por no hablar de un montón de editores, algunos banqueros y unos pocos políticos.
Por lo demás, con el nuevo consulado barcelonés, México ha hecho realidad la polémica eurorregión que propone el candidato socialista a la Generalitat, Pasqual Maragall, la que basándose en la Corona de Aragón desató las iras del Gobierno del PP. Pero los mexicanos han ido mucho más lejos que los pancatalanistas más radicales: han trazado una diagonal desde Cantabria hasta Murcia y han puesto a media España bajo la férula barcelonesa. Sólo Milán y Francfort disponen de consulados similares al de Barcelona.
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