La interminable vuelta a casa de Rosa y David
Una mujer y su hijo de siete años intentan recuperar la casa que su yerno vendió a sus espaldas hace un año
Rosa ya no duerme en la calle. Hace unos días encontró alojamiento junto a su hijo David en un albergue gratuito. Sin embargo, y ella lo sabe, su situación allí es tan provisional como el conjunto de su vida desde que hace un año lo perdió todo, menos a David. Hoy tiene una cita en los tribunales para comenzar a reconstruir su vida.
A Rosa María Cotobal, 41 años avejentados por el sufrimiento, se le nota cansada de luchar contra todo. Un domingo de septiembre de 2002 volvió a su hogar después de una semana de vendimia en la provincia de Ávila. Cuando quiso abrir la puerta, se encontró con que alguien había cambiado la cerradura. Dentro de su casa, los nuevos inquilinos le impidieron la entrada y la amenazaron si los denunciaba a la policía.
"Un ocupante del piso me llegó a poner una pistola en la cabeza", recuerda Rosa Cotobal
El novio de su hija Raquel, el marroquí Jalat E. B., había vendido el piso durante su ausencia a unos compatriotas por un módico precio: 18.000 euros. Rosa volvió al piso en repetidas ocasiones, pero siempre encontró la misma respuesta. "Uno me llegó a poner una pistola en la cabeza y dijo: 'Yo he dado un dinero a tu yerno, así que tú te las apañas como puedas", relata la mujer.
La casa -situada en la calle de las Violetas, en el distrito de Villaverde- es una de las viviendas sociales que el Instituto de la Vivienda de Madrid (Ivima) alquila a personas de renta baja. La venta del domicilio, hecha a espaldas de la institución y con un contrato tan legal como un billete de seis euros, se ha perpetuado hasta hoy, ya que sus ocupantes cumplen religiosamente con el alquiler mensual.
Rosa había peleado por esa casa durante seis años y vio cómo de un plumazo quedaba en manos de unos perfectos desconocidos, con todas sus pertenencias dentro. En la calle, con algo de ropa y un zagal de siete años, emprendió su batalla para rehacer una vida de la que sólo quedaban los rescoldos.
Hay algo de lo que Rosa jamás se desprende. Es un pequeño maletín de cuero que contiene todos los documentos que han jalonado su periplo entre tribunales, refugios para mujeres y bancos callejeros. En esta suerte de memorándum vital caben desde fotos de David y sus dos hijas en la playa de Denia -"todavía me hablaba con ellas"- al contrato suscrito entre Jalat E. B. y los nuevos habitantes de la casa o la lista de los albergues gratuitos en la ciudad.
Entre los enseres está toda la documentación que Rosa blandirá hoy ante el Juzgado de Instrucción número 20 de Madrid. Frente a ella deben personarse los actuales ocupantes del domicilio. Fuentes del Ivima declararon que, en cualquier caso, en noviembre se debe renovar la licencia, por lo que los ocupantes de la casa no podrán acreditar que está a su nombre. Eso supondría, en principio, su desalojo si la justicia no actúa antes de oficio.
Pero antes ha habido muchas noches a la intemperie. La última de ellas, Rosa y David durmieron en la calle, en un banco de la plaza de Oriente, y apenas consiguieron conciliar el sueño un par de horas. El día siguiente, David todavía fue capaz de retar a los niños que jugaban en el parque infantil de la plaza a unas carreras. Ganó todas.
Las veces que consiguieron un techo bajo el que dormir, madre e hijo anduvieron a la deriva de la buena voluntad de quien se cruzaba con ellos. En el último año han vivido en un albergue para mujeres maltratadas, en casa de una pareja de funcionarios, en la de la joven Eva, que desaparecía durante días sin decir nada...
En verano decidieron probar suerte y se mudaron a Gandía (Valencia). Unos rumanos, escultores de figuras en la arena, acabaron cediéndoles sus hamacas para que pudiesen descansar por las noches en la playa. Por el día, Rosa trabajaba en una cocina con David colgado de su brazo. Pero, acabado el verano, el trabajo precario en la costa mediterránea comienza a escasear y los dos volvieron a Madrid para reivindicar lo que es suyo.
La desesperación ha convertido a Rosa en una presencia familiar en las dependencias del Ayuntamiento de Madrid en los últimos meses. Ella recuerda cómo una vez David, con sus siete años, tomó la iniciativa y se acercó durante la campaña electoral a la candidata socialista, Trinidad Jiménez, en uno de sus actos electorales. "¡Mira, es Trini! Ayúdanos, Trini".
Los servicios sociales del Ayuntamiento de Madrid han ofrecido en repetidas ocasiones a Rosa la posibilidad de facilitarle un albergue mientras soluciona su caso. Pero existe una condición imprescindible: para lograr su plaza tiene que dejar que David ingrese en un internado. Rosa se niega y asume su cuota de responsabilidad: "No me puedo separar de mi hijo. Si lo hago, él se muere y yo también".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.