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Columna
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Debussy en la Alhambra

El hombre no aparecía, no aparecía, y el público empezaba a inquietarse. ¿Qué pasaba? Se dijo luego que, unas horas antes, le había sorprendido en los jardines del Generalife una vistosa mariposa para él desconocida. Y que, olvidándose del tiempo, había emprendido una larga y finalmente vana persecución del insecto lepidóptero. ¡Quién lo diría! ¡Walter Gieseking coleccionaba mariposas!

Se entiende la preocupación de los que habían acudido aquella tarde del 27 de junio de 1956 al patio de los Arrayanes. Gieseking era uno de los pianistas más célebres del mundo, y oírle tocar a Debussy en un marco digno de Las mil y una noches prometía ser una experiencia sin parangón en los anales de la música. Además, ¿no iba a interpretar, entre otras muchas obras, La Soirée dans Grenade y La Puerta del Vino, inspirada ésta por una tarjeta postal enviada por Manuel de Falla? Cuando, con treinta minutos de retraso, el coleccionista de mariposas subió a la tarima colocada al borde del estanque, se sentó ante el Steinway y empezó a interpretar la Suite Bergamasque, el alivio y la emoción de la gente eran palpables.

Gieseking no defraudó a los que le habían esperado. "Nunca se oyó tocar de igual manera", empezó su crítica Enrique Franco, aludiendo a continuación a la "alborotada reacción" de los presentes. Por suerte nuestra, la grabación del concierto hecha por Radio Nacional de España acaba de ser recuperada para la colección de compactos editada por el Festival Internacional de Música de Danza de Granada (vol. 4). Su título: Gieseking en la Alhambra. Me enteré gracias a la benemérita Radio Clásica, y fui corriendo a comprarlo. Nunca fueron euros mejor gastados.

La grabación es altamente atmosférica, y casi lo más increíble es que acompañan a Gieseking en muchos momentos de ella los agudos chillidos de las bandadas de vencejos que en verano suelen dar vueltas alrededor del patio de los Arrayanes en raudísima persecución, no ya de mariposas sino de moscas. Cuando me di cuenta, atónito, de su contribución al disco, no pude por menos de evocar otra velada, más de treinta años después, cuando Rafael Alberti y José Manuel Caballero Bonald presentaron, en el mismo mágico lugar, y entre los descendientes de aquellas aves, mi guía de la Granada de Lorca.

La interpretación de La Soirée dans Grenade y La Puerta del Vino fue -es- de una sonoridad que no he oído en ninguna otra versión. Y, al decidir incluir en su recital Reflets dans l'eau y Poissons d'or (de Images), así como Ondine y La Cathédrale engloutie (de Préludes), cabe pensar que la intención del pianista era rendir un sentido tributo al agua, y a los múltiples rumores acuáticos, de la Colina Roja ("catedral de agua" llamó alguien una vez al inmenso depósito ubicado por los musulmanes debajo del patio de la Adelfas). Acaso la única decepción del disco es que el maestro no tocara Jardins sous la pluie, que Falla gustaba de recordar cuando caía la lluvia sobre su pequeño carmen.

Walter Gieseking murió en Londres cuatro meses después de su concierto en la Alhambra, a los 61 años. Poder disfrutar ahora este disco es un regalo inapreciable.

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