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Columna
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Demasiadas preguntas

La artista navarra Asunción Goikoetxea (Bakaiku, 1962) presenta en la galería Vanguardia de Bilbao piezas procedentes de la manipulación de papeles heliográficos. Surge a su través un universo plástico en el que la luz va repartiendo apariencias. Unas veces en forma de pequeños reverberos de diamantes en la noche sideral, otras al modo de estratificaciones sublunares, cuando no son imitaciones de ferrosos espesores matéricos. Pese a que, junto al papel, se inserten armónicamente otros materiales, tal como vinilo, uretano, resina, aluminio, barniz y pigmento, los resultados finales se trastocan hasta residuarse en un cúmulo de efectos desmaterializadores. No obstante, todo ese mundo apariencial en la forma y en la desmaterialización, produce en nosotros la duda de saber si la plasmación se erige en un caudal de máximos efectos, con la reprochable ausencia de causa alguna concluyente.

En la bilbaína galería Juan Manuel Lumbreras se muestran dos clases de obras bajo la firma de Manuel Quejido (Sevilla, 1946). En la planta de la calle van los acrílicos sobre lienzo, en tanto en la planta baja se dejan ver varias serigrafías, solas o con añadidura acrílica. Un único tema para los acrílicos. Se trata del pintor (pintora) y su modelo (mujer), por lo general mostradas en escueta y pudorosa desnudez. De perfil la que pinta y en postura de tres cuartos la modelo sentada. (Dicho entre paréntesis: hay un precedente literario en Raymond Queneau, con el título Ejercicios de estilo, donde cuenta el mismo hecho a partir de la construcción de 99 variaciones).

Sobre esa insistencia repetida, lo que pretende el artista es ejercitarse en probaturas para obtener contrastes. Se ayuda de ejemplos de figuras de mujeres, cuyos modelos le vienen de Gauguin, Matisse, Picasso, Kirchner, Rouault, Gromaire, Baselitz y otros.

Por estar pendiente casi exclusivamente de los contrastes del color y su deriva, apenas da importancia a los trazos de la forma. Con esa actitud compulsiva hacia el color ha perdido la ocasión de experimentar, al mismo tiempo, con la forma. Aún dentro de ese tema único las posibilidades variantes en lo formal se nos antojan múltiples. Por ejemplo: ¿no se puede pintar inclinado? ¿siempre la pincelada final tiene que trazarse sobre el rostro del modelo? ¿se quiere denotar con ello que la dificultad de pintar un cuerpo consiste en hacer bien el rostro? ¿no es gratificante plasmar el gesto de demorarse en pintar un fragmento insignificante del cuadro? ¿no hay más que una clase de sillón para sentarse? Entre otros más ejemplos, cabe preguntarse por qué ha rehusado no mostrar en alguno de los cuadros el modelo real y a la vez su representación en el lienzo. Nos parecen demasiadas preguntas para pinceles, aunque no lo parezca, tan poco locuaces.

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