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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Gente de letras

El fan de los Monty Python, y de su circo ambulante, se dirige a la Feria del Libro de Ocasión Antiguo y Moderno, en el paseo de Gràcia. Cuando sale del metro, en la línea 2, justo frente a las casetas repletas de libros, carteles, láminas, tebeos..., se le alegra el gesto y exclama para sus adentros: "¡Y ahora... algo completamente diferente!". El fan de los Python no es un bibliófilo. Los libros se los compra con la disparatada intención de leérselos. Es, más bien, un bibliófago. Sería capaz de salir de su propia tumba para leerse la lápida, si es que no le entierran con una buena provisión de novelas (y de poesía, claro).

Los libros son los catalejos que nos permiten ver más allá. Lo que en verdad busca quien quiere leer es ver. En la cofa de los barcos, en vez de un vigía, se podría poner un libro. ¡Mundo a la vista! El adicto a La vida de Brian rebusca entre un montón de volúmenes que muestran dóciles sus lomos para que la gente los acaricie. A su lado un chaval de pelo largo le dice a su compañera: "Ése lo tengo yo". Está señalando la cubierta de uno titulado Los conejos. Razas-Cría-Cuidados, y se retira dando una explicación que sólo ella puede oír. A veces una mano se encuentra con otra mano y se aparta asustada. Un señor corpulento, de cuidada vestimenta, se ha abierto paso a barrigazos para plantarse ante unos libros de pintura. Ha obligado a algunas personas a desplazarse, pero no parece haberle importado. Pasa una gitana con una camiseta de los Doors pidiendo dinero; "poverina", dice con lástima. Hay un individuo, que debe de rondar los 40, pasándoselo bomba con los volúmenes de Los tres investigadores (muchos chicos pensábamos que era Alfred Hitchcock quien los escribía), Los cinco (los del perro Timoteo) y Los siete secretos (los del perro Scamper). Los libros también sirven para mirar atrás.

Las personas son como libros vivos, fascinantes, cargados de destino, con sus erratas y faltas, y a veces con páginas arrancadas

Al fan de los Monty Python le llama la atención uno con el cual debe de haber coincidido en cientos de ocasiones, en otras ediciones de esta feria, en mercadillos, en librerías de viejo... Y a pesar de ello sólo ahora ha reparado en su existencia. Esto también ocurre con las personas, que son como libros vivos, fascinantes, cargados de destino, con sus erratas y faltas, y muchas veces con páginas arrancadas. Se trata de Las mejores historias de horror (Bruguera, Libro Amigo, 1969). Un ejemplar bastante bien conservado, abultado de una bulliciosa letra menuda. Pura literatura popular. Los cuentos que trae este volumen aparecen firmados por autores cuya obra resulta frecuentemente más conocida que su nombre. Tal vez sea ése el verdadero triunfo del escritor. Figuran en el índice Robert Bloch, el de la novelita de Psicosis; John Wyndham, el de El día de los trífidos; Van Vogt, el soñador del mundo no-A, y otros más nombrados, como Bradbury, Sturgeon y Bram Stoker. Las historias las ha recopilado un viejo conocido de la ciencia-ficción que actualmente cuenta 87 años. Firma Forrest J Ackerman (sin punto tras la jota), pero usualmente basta con llamarle Mr. Science Fiction. Precisamente a él se debe la célebre abreviación de la palabra en inglés, sci-fi. Frecuentó a Boris Karloff (¡qué envidia!). Fue amigo de Bela Lugosi y asegura que conserva el anillo que se ponía el actor cuando le daba vida al conde Drácula (la expresión aún resultaría más exacta añadiendo un posesivo, "cuando le daba su vida"). Junto a Basil Rathbone, participó en la película Planeta sangriento, en la cual dicen que se inspiró el director de Alien. Y también sale en Braindead. Tu madre se ha comido a mi perro, donde se interpreta a sí mismo. Bueno, éste es el señor que aparece fotografiado, muy pulcro y atildado, en la contracubierta de la antología de historias de horror. Pero también hay otro retrato, el del lector que se lo lleva.

Los libros son un espejo donde uno ve reflejados sus propios secretos. Se vive en mundos paralelos, esto lo ha visto bien la ciencia-ficción, y los lectores vivimos al mismo tiempo dentro y fuera de los libros. Los libros emiten un enigmático ultrasonido, que nos llama y nos persigue desde las estanterías de la biblioteca, desde la mesita de noche... Uno está trabajando o va en el autobús de vuelta a casa, y siente todo el rato una incontenible impaciencia por reengancharse a la lectura que ha tenido que interrumpir.

Lleno de impaciencia, el fan de Los caballeros de la mesa cuadrada regresa al metro cargado de bolsas de plástico a reventar de libros viejos, sabios, misteriosos. Hay una Historia del pensamiento antiguo, a la que, a ciencia cierta, no sabe si algún día le hincará el diente, pero cuyo voluminoso índice le sirve de consuelo a su inabarcable analfabetismo. También hay una Vida cotidiana en la India antigua, trae láminas en blanco y negro de brahmanes y de elefantes grabados sobre rocas. Y una antología temática de la poesía francesa (De l'amour au voyage), con versos de Apollinaire, Cendrars, Villon... Y un viejo manual de Ciencias físicas y naturales, con el que está dispuesto a aprenderse de una vez las leyes de la mecánica, la dilatación de los sólidos y todo aquello que sus profesores le explicaron con tanta paciencia, pero que él nunca fue capaz de meterse en su cabezota llena de novelas.

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