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Columna
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Prejuicios televisados

Aterra leer, a toro pasado, las crónicas del juicio de Rocío Wanninkhof. Llegas a la conclusión de que Dolores Vázquez fue condenada por un calentón del jurado, del juez y del fiscal, influidos por los programas morbosos de la tele, la cabezonería de la Guardia Civil o vaya usted a saber si por la dureza de su mirada.

El fiscal ponía en duda la veracidad de todas las declaraciones de Dolores Vázquez porque, según él, mintió cuando dijo que el día del crimen no salió de casa, pero, según una testigo, sí salió para comprar tabaco. Incriminaban a Dolores las llamas que otra testigo dijo que salían de su chimenea; el que en su casa aparecieran bolsas de basura industriales, a pesar de que la acusada ignoraba tenerlas; las declaraciones de una vidente a la que, supuestamente, Dolores consultó sobre su relación con Rocío y su madre; el que el cadáver apareciera cerca de unas instalaciones deportivas que unos tíos de la víctima quisieron arrendar...

Releo este párrafo, me voy a la cocina y compruebo que yo también tengo bolsas industriales de basura y no lo sabía. Las habré comprado para la última fiesta de cumpleaños de mi hijo... Ahora que lo pienso, yo conocía el lugar en el que apareció el cadáver de Rocío: cuando fue asesinada, visitaba con frecuencia a unos amigos que vivían a doscientos o trescientos metros. Un jurado podría encontrarme culpable.

Qué pesadilla. No recuerdo qué hice ese día. Probablemente, como muchos días, me quedé escribiendo en casa y no salí, aunque alguien podría afirmar haberme visto recogiendo a mi hijo en la parada del autobús del cole o alquilando un vídeo. A esas fugaces escapadas, fácilmente olvidables, yo no las llamo "salir de casa". Probablemente, Dolores Vázquez tampoco.

Hace dos años, después de que se pronunciase el jurado, Javier Pérez Royo se preguntaba en estas páginas si la decisión habría sido la misma si Dolores no hubiera estado un año en prisión preventiva, a pesar de la debilidad de las acusaciones. Además, inevitablemente, si el suceso es notorio, nuestros jurados llegan al juicio con una opinión ya formada. Para eso está la tele: para hacer juicios previos y, últimamente, para denunciar vicios de bragueta o ciertas malas costumbres, como la afición a las drogas.

Estamos construyendo un país chivato y asqueroso y lo estamos haciendo, muchas veces, con dinero público. La última gracia de Canal Sur ha sido descubrirle una amante a El Cordobés y explicar, con todo detalle, sus supuestas y exóticas prácticas sexuales, a una hora en la que, para más INRI, los niños, aún de vacaciones, están en casa. ¿Qué se puede hacer?

Si tienes entrada al despacho de Zarrías -una Santa Rita rediviva, patrona de los imposibles- puedes alejar de ti a los reporteros rosas de Canal Sur, como ya hizo -Zarrías lo ha reconocido- Isabel Pantoja.

Si estas cosas tienen tan fácil arreglo, ¿para qué crear un organismo regulador que te puede salir respondón? Aún así, ¿les gustaría a los directivos de Canal Sur, o a sus jefes políticos, que alguien divulgara sus secretos de alcoba?

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