La mirada
Cuando hace unos días cayó muerto un etarra mientras intentaba asesinar a dos ertzainas, me quedé contemplando a mis alumnos tratando de imaginarme lo que bullía en sus cabezas. ¿Querría alguno de estos chicos matar a alguien? Y, sobre todo, ¿podría llegar a hacerlo o se apiadaría antes, al mirar a los ojos de su víctima, como el soldado de Salamina que dejó escapar al fascista Sánchez Mazas?
El viernes pasado unos miles de manifestantes homenajearon en Bilbao a ese joven. Entre ellos habría educadores y padres junto a dirigentes de la disuelta Batasuna. Exaltaron la figura del terrorista como ejemplo para la juventud vasca. Arnaldo Otegi lo presentó como un joven abogado con cinco idiomas que había tomado las armas porque creía que ese era el camino más adecuado para liberar este país y que por ello se le debe un respeto. La petición de respeto iría dirigida a los ertzainas que vigilaban y toleraban este acto de exaltación del terrorismo juvenil por decisión de sus jefes. Y lo hacían después de velar en el hospital a sus compañeros heridos. Así de raro es este país.
Claro que la chapuza es característica de ETA desde sus comienzos
El dolor sirve a los verdugos porque les permite confundirse con sus víctimas
Otegi no dijo que el chico había fingido un accidente para coger por sorpresa a quienes venían a ayudarle. Tampoco dijo que en lo militar parecía bastante negado, a la vista de chapuza de emboscada que montó contra dos agentes armados con pistolas y protegidos por el chaleco antibalas y el ángel de la guarda.Claro que la chapuza es característica de ETA desde sus comienzos. Pero no importa, porque en Euskadi, cuanto peor lo hagas más te admiran, siempre que actúes con buenas intensiones.
No puedo dejar de recordar a Txabi Etxebarrieta, el primer muerto de ETA (y unas horas antes, también, el primer asesino). Txabi era muy buen estudiante y también abandonó su brillante futuro porque creía que las armas eran el único camino para vencer a un régimen que se había impuesto y seguía manteniéndose por la fuerza.
Además, era asmático y sabía que no podría correr monte arriba como sus compañeros cuando encontraban un control policial. Así que cuando el guardia José Pardines le dio el alto pidiendo su documentación, Txabi le disparó a bocajarro. Pocas horas después caería él mismo acribillado en otro control de la Guardia Civil.
Para quienes días después acudimos a su funeral en la iglesia de San Antón, no había duda de que Txabi era un héroe que había entregado su vida por la libertad. José Pardines para nosotros no existía; era sólo un "número" del ejército que sostenía al dictador. Esos sentimientos no eran distintos de quienes se manifestaron este viernes en Bilbao.
Jorge Oteiza instalaba por entonces sus apóstoles de piedra en Aránzazu. Sobre ellos colocó un grupo escultórico representando la Piedad, donde él veía a la madre de un héroe, sin siquiera el consuelo de sostener en sus brazos el cadáver del hijo. Pero Oteiza estaba equivocado; esa no es la Piedad.
Años después, Oteiza propuso erigir cerca de Tolosa un monumento conjunto a Txabi Etxebarrieta y José Pardines, al asesino y a su víctima. Pretendía cerrar una etapa, como en la Transición los españoles habían decidido dejar atrás, cubiertos por el manto único del dolor, a asesinos y víctimas de ambos bandos de una guerra civil y una postguerra de cuarenta años.
Pero en Euskadi la guerra civil no había terminado todavía, se disponía a comenzar con nuevos bríos y odio renovado contra la naciente democracia. Algunos se dieron cuenta a tiempo. Gentes como Mario Onaindia lo advirtieron claramente. Quizás Oteiza se dio cuenta de que atenta contra lo sagrado cubrir con un mismo velo de piedad el sufrimiento del verdugo y de su víctima. Pero para él ya era tarde, había envejecido y se había quedado definitivamente solo.
La Piedad de Miguel Ángel no exalta el dolor. Es sobre todo un grito de denuncia contra la injusticia: "¡He aquí a mi hijo asesinado!". La mater dolorosa de Oteiza reclama la mirada sobre sí misma y con ello nos confunde. El dolor, la socialización del dolor, en palabras de Otegi y de los jefes de ETA, sirve a los verdugos porque les permite confundirse con sus víctimas.
El doble error de Oteiza en el pasado ha degenerado hoy en ignominia. Ante ella debemos reivindicar la mirada capaz de desvelar la hipocresía. La mirada de la víctima en el momento en que reconoce a su asesino.
Aquí nadie tiene la osadía de asumir la mirada del asesino en el momento en que apunta a su víctima, pero avanzan un poquito la secuencia y a penas el criminal empieza a sufrir las consecuencias de su crimen nos dicen: ¡Alto! Ved como sufre. ¿Acaso su sangre es menos roja o su madre siente menos el dolor?
Quien hace eso, puede estar vendiendo su alma al ángel negro.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.