¡Y un jamón!
Pongamos que usted, dichoso lector, se va de vacaciones por un país de dehesas, viñas y tierras de pan llevar. Imaginemos que al volver decide traerse un recuerdo y se detiene en cierto pueblo cuyo aire está hecho de jamón y de cuyos árboles manan longanizas. Entra al azar en una de las muchas chacinerías y, con la lección bien aprendida -no en balde visitó previamente la oficina que se encarga de la Denominación de Origen-, solicita un pernil. De pronto todo se complica; no lo pueden deshuesar allí, casi será mejor acercarse a la fábrica. Usted insiste, démelo con Denominación de Origen, y le traen, le deshuesan y le envasan al vacío uno que no tenía el marchamo, pero que le cuesta como si tuviera ocho. Para cuando reacciona se halla a cien kilómetros del lugar del crimen. ¿Le han estafado? No puede asegurarlo a ciencia cierta, pero se siente deprimido por no haber logrado parar todo aquello y haberse traído un jamón de los que tenían todos los sacramentos.
Como lo habrán comprendido estoy hablando del PNV, porque es el partido donde ahora mismo hay más jamón. ¿O será Denominación de Origen? Con todo lo que diga de micrófonos para fuera, Arzalluz hubiera querido poder designar a su sucesor. O sucederse. El día que le preguntaron cómo debería ser quien le sucediera, respondió, así en abstracto: "Debería tener de 40 a 50 años, ser inteligente, ser un nacionalista radical consecuente y saber alguna lengua además del euskera". ¿Qué le faltará a Egibar? Según su padrino, nada, según otros miembros del partido, mucho. O a lo mejor quieren decir que le sobra, que le sobra demasiado. Por ejemplo, soberanismo. Hombre, michelines no podrán sobrarle, porque se los prohibió don Xabier, pero de cintura tampoco anda sobrado, vamos, que representa la cara más monolítica y ortopédica de un soberanismo con vocación claramente independentista, si es que las dos cosas no son lo mismo. Frente a él, se alza el otro postulante. Y digo alza porque parece volar de puro etéreo. Se trata de Josu Jon Imaz, el hombre con perfil y modos de pájaro muy acordes con esa parte blanda y meliflua que caracteriza a su jefe, Ibarretxe.
Lo que tiene Egibar de rocoso, lo tiene Josu Jon de pompa de jabón. Egibar truena y Josu Jon gorjea. Mientras Egibar se inclina más que la torre de Pisa hacia las verdades batasunas, Josu Jon parece el justo fiel de la balanza. Aquél, el vértigo, éste, la biodramina. Pero no conviene equivocarse. Y se equivocaría y mucho quien pensara que Josu Jon representa de entrada a todo ese sector que supuestamente se estaría moviendo dentro del partido y que sería más proclive a las tesis estatutistas. Porque Josu Jon no es sino la imagen de ese soberanismo con rostro humano y santurrón que está tratando de vender Ibarretxe, sólo que con más vaselina todavía.
Habrá que esperar al día 26 cuando Ibarretxe desvele el documento definitivo de su plan, (a menos que lo considere luego un noveno borrador) para ver qué vientos soplan. El sucesor de Arzalluz aparecerá fotografiado en el texto como el rostro de Cristo en el paño de la Magdalena. Si sale con perfil maximalista, será Egibar. Si los rasgos más rupturistas resultan difuminados, se tratará Josu Jon, lo que no quiere decir que signifique el adiós a Euskal Herria.
Sin embargo, puede ocurrir todo lo contrario. Quiero decir que, gane quien gane bien, puede suceder que la facción -con perdón- contraria no lo consienta. En una palabra, que en vez de la estabilidad sobrevenga el sobresalto. Con un Egibar detrás (¿o será delante?) y un Arzalluz de ventrílocuo, Ibarretxe se vería obligado a ir muy lejos en muy poco tiempo, lo que tendría necesariamente que hacer reaccionar a quienes desde el anhelo del Estatuto verían a Josu Jon como un mal menor. Ahora bien, si los de Egibar y Arzalluz se movieran al grito de ¡y un jamón! contra un Imaz que representa la variante más moderada tendrían que hacerlo con tal ímpetu que tal vez se rozara la escisión. Una cosa está clara, muchos se van a quedar con el jamón que no querían. Recuerden la parábola que colgaba del comienzo de esta columna como un ídem. Siempre valdrá más escarmentar en pernil ajeno.
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