'Victorinos' de plastilina
Los victorinos se esperaban en Logroño como agua de mayo, casi como la única tabla de salvación ante todos los males de un espectáculo que se sume corrida tras corrida en una sucesión de despropósitos. Y en Logroño volvió a acontecer lo mismo, porque, excepto el sexto -que fue un primor-, los demás salieron de plastilina, algunos cojitrancos y otros con tanta sosería como la mayoría de esas ganaderías que atienden al apelativo de comerciales. Y con ese sexto, El Cid estuvo hecho un torerazo, ya que fue el único de los tres matadores que presentó los engaños de manera franca, adelantando los vuelos de la muleta para intentar traerse toreado a un ejemplar que, si bien no terminaba de humillar, inundó de emoción una plaza que se debatía entre la desilusión por la destemplada actuación de Diego Urdiales y la manifiesta incapacidad de Juan José Padilla para moverse por el ruedo sin ver tropezados sus enormes trebejos.
Martín / Padilla, Urdiales, Cid
Toros de Victorino Martín, desiguales aunque todos astifinos. El 4º, devuelto. Sobrero de Criado Holgado, manso y huidizo. Juan José Padilla: silencio en los dos. Diego Urdiales: aviso y silencio; aviso y pitos. El Cid: silencio y saludos. Plaza de toros de La Ribera, 21 de septiembre. 1ª corrida de feria. Lleno.
El último toro recibió una lidia incalificable, sobre todo en el tercio de banderillas, en el que acabó por enseñorearse de un peonaje que huía despavorido a tomar el olivo tras cada una de sus embestidas. Después del caos, apareció El Cid y con la muleta se encargó de poner las cosas en su sitio, bajando mucho la mano y cuajando cada tanda de al menos cinco lances macizos y emocionantes. Por el izquierdo, el toro estaba más avisado y le dio una voltereta. Le dio igual; más firme todavía, el sevillano expuso al máximo y el toro acabó por desentenderse de la muleta y viajar sin ninguna humillación. Al final, una estocada traserísima y caída le privó de un triunfo de ley.
Padilla se encontró en primer lugar con un borreguito sin emoción por el que pasó de puntillas. El cuarto, de astas pavorosas, fue picado de forma sañuda en su primer encuentro. Padilla pidió el cambio de tercio y el presidente no se lo concedió. Ante esta tesitura, el jerezano dejó que el piquero se cebara y al final el toro hubo de volver a los corrales de manera precipitada. El sobrero fue un manso de libro con el que construyó una faena densísima, en la que no pisó ni una sola vez los terrenos en los que los toros embisten.
Urdiales no entendió a ninguno de sus oponentes, el primero era noble hasta la exageración y el diestro no fue capaz de acoplarse, a pesar de que vio pronto la bondad del pintón izquierdo. Con el que cerró su actuación volvió a ser desbordado: era un ejemplar noble, aunque más exigente que la mayoría de sus hermanos.
Babelia
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