"Para usar Internet hay que saber jerarquizar"
Clásico, escribió alguna vez Italo Calvino, es un libro que se vuelve inmortal y guarda siempre algo nuevo para decir, pues se recrea generación tras generación, distinto e infinito como el mar. Para Francisco Rodríguez Adrados (Salamanca, 1922), académico de la Historia y de la Lengua, filólogo y presidente de honor de la Sociedad Española de Estudios Clásicos, el griego y el latín gozan de esa misma eterna juventud. Rodríguez Adrados acaba de publicar Defendiendo la enseñanza de los clásicos griegos y latinos (E. Clásicas / F. Lexis), un libro de 705 páginas que define como unas "casi memorias". El relato incluye el análisis pormenorizado en primera persona y desde la óptica de un "testigo presencial, cuando no protagonista", de cómo incidieron en la enseñanza y transmisión del griego y del latín las tres grandes reformas educativas españolas (las de los ministros Ruiz Jiménez, 1953; Villar Palasí, 1970, y Maravall, 1990), así como la situación de estas lenguas tras la reciente reforma del PP.
"Homero puede competir perfectamente con Harry Potter"
"La defensa de los clásicos ha tenido que enfrentarse siempre a todos"
Pregunta. ¿Está conforme con el lugar que la Ley de Calidad Educativa ha reservado para la cultura clásica?
Respuesta. Es un avance, aunque es menos de lo que pedíamos. La Ley de Calidad y el Decreto de Mínimos han establecido en la ESO un año de latín obligatorio y un segundo curso opcional de cultura clásica, en una de sus ramas, y en el bachillerato, dos cursos optativos para la sección de humanidades. El problema es que hay tantísimas asignaturas que para coger griego y latín hay que descartar matemática, literatura, y el que coja eso renuncia a estos idiomas. Con todo, se ha avanzado si se tiene en cuenta que prácticamente no existíamos.
P. En su libro sostiene que con cada nueva reforma educativa se ha impuesto en España un modelo de enseñanza que privilegia la utilidad (los títulos deben conducir a rápidas salidas laborales), la especialización y el entretenimiento, sobre la educación tradicional, algo que usted califica de "tragedia". ¿Cuáles son sus argumentos?
R. El gran problema es que, como resultado de todo ese proceso, se ha extendido la enseñanza, pero rebajando los niveles. Se han reemplazado contenidos por aquello de "aprender a aprender". No aburrir a los alumnos, quitar todo lo que requiera demasiado esfuerzo, empezar a explicar la geografía por lo que está cerca no por el Amazonas o por el Nilo, sino por el Manzanares. Para mí esto es empobrecimiento y reducirse a lo pequeño, porque hay mucho que el alumno no podrá conocer a menos que le demos datos, pistas, estímulos, información. En el libro cuento la anécdota de mi entrevista con el director general, don José Segovia, a quien yo le dije en 1984, y a propósito del Libro Verde: "Van a bajar los niveles". Él me contestó que lo que yo pretendía salvar eran "conocimientos inertes" y que para esos conocimientos ya estaban las enciclopedias, la televisión. Hoy a esa lista podría agregarse Internet, donde aparece todo lo humano y lo divino. Pero incluso para usar Internet hay que saber tener conocimientos, saber jerarquizar, clasificar, tener ciertos datos previos para saber poner las cosas en contexto y distinguir lo que es importante de lo que no.
P. ¿Qué rol jugaron los estudiantes en ese proceso?
R. Yo analizo en el libro largamente del movimiento de 1965, que de algún modo anticipó lo que se viviría en el Mayo francés del 68. Había demasiadas cosas mezcladas en aquella revolución estudiantil española. De un lado, cansancio del régimen franquista y voluntad de cambiarlo por uno democrático. Del otro, todos los que querían llevar agua para su molino logrando carreras y aprobados fáciles. Ese proceso derivó en una catástrofe: de ser un instrumento de cultura humanística general, las lenguas clásicas pasaron a ser cosa de especialistas. Creo, de todos modos, que ha habido una mejora porque los mismos socialistas, que en sus primeros proyectos ni siquiera mencionaban el latín y el griego, en la época de Javier Solana y de Álvaro Marchesi fueron mejorando la enseñanza de las lenguas clásicas. De modo que el movimiento de retroceso de esa ola tan perniciosa comenzó a mediados de la época socialista.
P. Habla usted de fines de los sesenta, pero ¿qué pueden ofrecer el griego y el latín hoy a chicos que deliran por conseguir un ejemplar de las aventuras de Harry Potter?
P. Afirma usted que su experiencia muestra que los reformadores de todas las épocas se parecen entre sí más de lo que ellos mismos quieren admitir. ¿Encuentra usted puntos de contacto entre la Ley de Calidad y la política educativa del franquismo?
R. No. Muchas veces se ha dicho que no al griego y al latín, acusándolos de oler a franquismo. Pero el griego y el latín se inventaron 2.000 años antes que Franco, hecho que, me parece, los libra de sospecha. Además, la defensa de los clásicos ha tenido que enfrentarse siempre a todos, a unos y a otros: al tardofranquismo, a los socialistas e, incluso, al PP. En el año en que comienzan estas Memorias, 1944, había en el machillerato cinco cursos de latín y tres de griego para todos los alumnos. Tras las sucesivas reformas que analiza el libro sólo han quedado un curso de latín obligatorio en la ESO y dos cursos opcionales en el bachillerato.
P. ¿Hubiera deseado que, con la Ley de Calidad, mayor parte de la carga horaria se destinara a la cultura clásica?
R. Me pregunto, por ejemplo, por qué se empeñan de esa manera tan terrible en que la gente de humanidades tenga que cursar tantas horas de matemáticas, de economía y de psicología. El bachillerato era un tren de siete vagones y ha quedado reducido a dos. Con tantas materias nuevas, lógicamente, queda muy poco espacio para las lenguas clásicas. El PP habló en su momento de quitar opcionales y algo ha hecho, pero pienso que se podría haber hecho más.
P. ¿Un intento de reconciliar el latín con los ordenadores?
R. Compatibilizarlos, nosotros no entramos en competencia. Saber de ordenadores es hoy necesario para todos. Yo mismo los uso para trabajar, escribir correos electrónicos, hacer búsquedas de información. Pero permitir que estas máquinas destierren toda nuestra tradición cultural, que son el griego y el latín, sería bastante trágico. Los ordenadores son herramientas muy útiles, que nos han permitido ganar en rapidez y en eficiencia. Pero un ordenador no puede escribir un artículo científico.
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