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Reportaje:FÚTBOL

Los 100 días que cambiaron al Barça

La nueva junta directiva ha devuelto la autoestima a la afición, ha recuperado la carga simbólica del club y ha convertido al Barcelona en un poder fáctico

Cien días son poco tiempo. O, según se mire, una eternidad. Al menos en el caso del Barça, que en apenas tres meses, desde que Joan Laporta fue aclamado como presidente, ha dado un giro de 180 grados. Su cambio ha sido tan camaleónico que ha pasado de ser un club decadente, el hazmerreír de la Liga, a una institución que ha recuperado su autoestima, ha arrastrado como un imán a la afición y ha rescatado sus raíces catalanistas hasta el punto de ser un poder fáctico, un grupo de presión mirado de reojo desde diversos partidos por la inesperada influencia que pueda tener en las elecciones autonómicas de noviembre.

El giro ha sido descomunal y las dudas sólo se centran en el equipo, que, sospechosamente, se parece demasiado al de años pasados. Entre otras cosas porque la junta ha fichado a siete jugadores, pero Frank Rijkaard, el entrenador, sigue alineando a los de siempre, que parecen ya aburridos de sí mismos. Salvo uno que vale por 10. Ronaldinho ha hecho olvidar el señuelo electoral de Beckham. El presidente suspiró aliviado el día en que selló la negociación -firmó el contrato con su bolígrafo de tinta azul, una de sus manías- y se fue a celebrarlo a un restaurante vasco. Cuatro partidos han bastado para ver que no se equivocó: el brasileño ya ha evitado con sus goles dos derrotas en casa (Sevilla y Osasuna). Los nuevos tiempos han cambiado hasta la suerte: el Barça ganó en Bilbao y Albacete con dosis de fortuna, y empató el sábado con Osasuna con la inestimable colaboración de Izquierdo.

La pregunta es cuánto tiempo podrá sostener la junta a un equipo en fase de construcción

Pero el vestuario, dirigido por Rijkaard, un tipo en las antípodas de Louis van Gaal (dice que el fútbol holandés no es el ideal), está tranquilo. Con Joan Gaspart en la presidencia, el Barça vivía con el alma en vilo pendiente de un rebote o un zapatazo. Y ahora ya no. El club se ha hecho fuerte y ha atajado el mal de raíz. De entrada, descubriendo las telarañas en la caja: un déficit de 164 millones de euros. "Hay que ser realistas y saber dónde estamos para superarlo", reitera Ferran Soriano, vicepresidente económico. Soriano se ha tomado un singular año sabático para dedicarse en exclusiva al Barça, al igual que otros vicepresidentes, como el del ámbito deportivo, Sandro Rosell; el del área social, Alfons Godall, y el de mercadotecnia, Marc Ingla. Hay otra cara nueva: Alejandro Echevarría, hermano de Constanza, la esposa de Laporta, que asesora en la gestión de varias áreas. Todos ellos, con el presidente a la cabeza, han aparcado sus empresas para pensar, vivir y soñar en registro azulgrana.

Casi es lógico porque se juegan mucho. Hay una diferencia capital, más allá de la ideología, de las formas y del estilo, respecto al nuñismo: esta junta ha avalado el 15% del presupuesto (25 millones de euros). Les va su patrimonio en el envite. Y su promesa es cuadrar este año el déficit cero. No les ha temblado el pulso a la hora de despedir a caras históricas del antiguo régimen (Ricard Machencs) o ejecutivos (Xavier Pérez); de bajar el sueldo a jugadores (Gerard), o de subir el precio de los abonos a los socios, la única medida contestada por los compromisarios. "Fue la decisión más dolorosa", confiesa Laporta. "También lo creo", apostilla Albert Vicens, otro vicepresidente. "Pero en general considero que hacemos las cosas bien".

Y hay una que es incuestionable: abominar de los socios violentos. Laporta ha sido enérgico y avisó que no aceptaría el chantaje de los radicales, a quienes acusó de pedir entradas y dinero. El gol norte, cobijo de los boixos nois, cada vez está más vacío. Se ha acabado entrar sin carnet y por la puerta de atrás. "¡Laporta, no nos echarás!", clamaron el sábado entre insultos. "Tendrán las puertas abiertas quienes vengan con una entrada y sean cívicos. Y cerradas, el resto. La tolerancia será cero", avisa Godall. Algo también ha cambiado: la grada ha ahogado todas las protestas del gol norte, antes un feudo que daba miedo.

Alineada con el aire nuevo de la directiva, que ha recuperado del exilio a Johan Cruyff, la afición vuelve a militar con pasión en el barcelonismo, invitada a fiestas diarias para que el fútbol, que se sabe débil, quede eclipsado. La fórmula funciona porque el estadio se llena un día de agosto para el Gamper, un día laborable a medianoche ante el Sevilla o un sábado a media tarde ante Osasuna. Nacionalista declarado, Laporta ha recuperado el ideario cívico y democrático del club y ha rescatado el catalanismo, aletargado por el nuñismo. Su postura ha sido aceptada mayoritariamente, pero fue contestada por los peñistas del resto de España y extranjeros que no le entendieron en el Congreso Mundial de Peñas. El club estudiará fórmulas (traductores simultáneos o repartir por escrito los discursos en castellano) para que no suceda más. El Partido Popular, el más quejoso, ve en Laporta a un aliado de Convergència (que se frota las manos) para las elecciones. Una foto junto a Laporta es un valor seguro. El Barça ha vivido el fenómeno de pasar de no pintar nada a ser un filón.

"¿Que era un club decrépito cuando llegamos? No, estaba en stand by. Sin la gente, no lo habríamos logrado", explica Vicens, que ha eliminado de un plumazo los 600 pases del palco de la era Gaspart. Muchos socios abogaron por una ruptura más radical: llevarle al juzgado por el déficit acumulado. Pero la ruptura radical sólo las propugna la izquierda y esta junta tiene otras prioridades: dar con una empresa que pague 10 millones de euros para poner publicidad en la camiseta y que los números cuadren. Soriano dice que no hay prisa. Y las cabezas bullen, bullen y bullen para sorprender a diario a la afición. El Camp Nou será una permamente feria de atracciones. El problema es que la gente quiere goles (el sábado ya silbó) y no llegan. La junta dice que está lista para no precipitarse por los malos resultados. ¿Cuánto tiempo podrá sostener equipo? Ésa es la pregunta, porque tampoco hay dinero para nuevos inventos. El cambio camaleónico está hecho. Falta por ver si basta sin goles.

Joan Laporta, saludado el día de la Diada.
Joan Laporta, saludado el día de la Diada.RODOLFO MOLIN

En plena forma

En la placa del antepalco del Camp Nou, donde constan todos los que fueron presidentes antes que él, su nombre aún no aparece. Pero en casa saben de sobras que papá ha decidido entregar sus mejores años al Barça, y Constanza, su esposa, empieza a notarlo también. En el despacho se intuye, pero menos. "Viene a deshoras, pero sigue estando", reconoce uno de sus socios. Y es que si en 100 días ha cambiado la historia del club, la vida particular de Laporta, por mucho que lo intente, tampoco ha sido ajena al cambio de ocupación.

En el gimnasio de Piscinas y Deportes ya no se le ve el pelo al mediodía en la bicicleta estática. Tampoco los martes aparece por la pachanga del fútbol siete, reunión obligada con los amigos. En consecuencia, siendo hombre de buen comer, empiezan a hacerse patentes en su cintura las consecuencias de la falta de ejercicio. Y es que el trabajo no le quita el apetito.

Trata de mantener, eso sí, su añeja costumbre de desayunar justo en el bar que convierte Villarroel y Londres en esquina. Es más: saber que el camarero es del Madrid parece que le estimula, aunque sólo sea para que alguien le dé caña. Pero cada vez le resulta más complicado, viviendo como vive robándole horas al reloj: "A las dos de la madrugada sigue dándole vueltas a cualquier asunto. Y a las siete te despierta como si no necesitara descansar", reconoce Sandro Rosell.

Quien le conoce bien coincide en que Laporta vive excesivamente obsesionado con devolver al Barça al lugar al que se comprometió a restituirlo, pero al mismo tiempo "no puede ocultar que está preocupado por su relación familiar", reconoce un hombre de su confianza. Y es cerca de sus hijos cuando su sonrisa es especialmente luminosa. Por ejemplo, al salir del Miniestadi, de la mano de su hijo mayor, ya de noche. El niño está a prueba en las divisiones inferiores del club.

El padre del presidente, mientras, lamenta públicamente lo complicado que le resulta hablar con él desde que es presidente -su nuevo número de móvil ya no lo tiene todo el mundo como antes-, pero se le ve orgulloso al ver que Jan ha cumplido su sueño. La que más sufre es su madre, que sigue sin entender las pocas críticas que recibe el niño, porque pocos son los que se han atrevido a hacerlo desde que accedió al cargo. "És un noi molt bo y el que fa ho fa de bon cor", insiste, rebosante de amor de madre. Pero, a buen seguro, si hay alguien dispuesto a no pasar por alto ni un error del presidente es su padre: "¿Alguna vez te parecerá bien algo de lo que haga?", le preguntó Jan a su padre, Joan, a poco de empezar los reproches acumulados tras una semana sin verle.

Lleva 100 días de presidente, no hay publicación en Barcelona que no le saque en portada ni acto institucional en el que no se pida su presencia, hasta el punto de que está más solicitado que el presidente de la Generalitat -como pasó en la Diada de l'Onze de Setembre -, y no lo lleva del todo mal en casa. Constanza, su mujer, se lo diría. O si no le pediría a Albert Vicens, compañero de junta, que le regalara otra corbata como la que le entregó antes de ser presidente. La suerte sigue de su lado y está en plena forma.

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