El pequeño Nicolás
Sempé y Goscinny nos deleitaron con El Pequeño Nicolás durante muchas e inolvidables noches de lectura y risas, justo antes de dormirse los niños. Es Nicolás un escolar vivaracho y enredador, más parecido a nuestro Manolito Gafotas o a Daniel el Travieso que a Harry Potter o Tintín. Tienen en común ser niños o adolescentes activos, inquietos, enganchados profundamente a la vida. Son personajes de fantasía, necesarios como el aire. Pero la realidad es otra y habita en las páginas de sucesos de los periódicos.
Leo que un pequeño ha muerto a consecuencia de los malos tratos infligidos por su propia familia, en su hogar (?) de Estrasburgo, al oeste de Francia. ¿Han visto en la fotografía publicada su cara de pícaro, sus orejas de soplillo, sus manos en el regazo, sus dientes mellados anunciando los 11 o 12 años, su jersey de lana de cuello alto con cremallera? El pequeño Nicolás,...
La estantería se nos ha puesto de luto por el pequeño Nicolás y por los niños de Etiopía, Sierra Leona, Irak, Sarajevo y tantos otros lugares, por los niños de la calle, por los sometidos a toda clase de abusos, a los humillantes caprichos de los pederastas, por los esclavizados por el trabajo infantil...
¿Los ven? ¿Los vemos? Quizás hubiesen preferido no haber nacido para no haber vivido así, muerto así, en este infierno. Vienen sin pedirlo en un viaje al horror. Si los adultos no podemos garantizarles una vida digna, crearles un entorno seguro, hacer que crezcan felices, darles la oportunidad de sobrevivir siquiera, tendremos que sentirnos todos -unos más que otros- responsables de su desgracia por pensamiento, palabra, obra u omisión.
Viendo la foto del pequeño Nicolás, la de un pequeño africano enfermo de SIDA o de hambre, esperando sufriente la muerte, me pregunto qué piensan quienes dan más importancia a un zigoto, por el hecho de serlo, que a estos inocentes, qué piensan quienes piensan que la "pastilla del día después" o un simple preservativo es pecado o atenta moralmente contra la sociedad. A mí, de momento, se me han acabado las ganas de leer más historias, de que me cuenten más historias.
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