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Crítica:CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Hispanismo franco-ruso y monográfico Stravinski

La temporada musical ha comenzado en el auditorio con dos conciertos importantes y atractivos: los primeros de los ciclos de Juventudes Musicales y de Orquestas del Mundo (Ibermúsica). La organización que pilota y anima María Isabel Falabella ha presentado a la Orquesta Sinfónica de Tenerife con el maestro Víctor Pablo Pérez y con la colaboración del violinista Maxim Vengerov (Novosibirsk, 1974), uno de los grandes del siglo XXI.

Ninguna partitura más apta para la ocasión que la Sinfonía Española, de Edouard Laló, por su alto virtuosismo -la obra está escrita para Pablo Sarasate- y un españolismo de buena ley, con raíz en algunos temas, ritmos, aires y cadencias inconfundiblemente hispanas.

Juventudes Musicales de Madrid / Orquestas del Mundo

Juventudes Musicales de Madrid. Orquesta de Tenerife. Director: Víctor Pablo. Solista: M. Vengerov, violinista. Orquestas del Mundo. Filarmónica de Israel. Director: Zubin Mehta. Obras de Bizet-Shchedrin y Stravinski. Auditorio Nacional. Madrid, 18 de septiembre.

Además, si se entiende como lo hicieron Vengerov y Víctor Pablo, y sirvió la formación tinerfeña, una de las mejores del actual mapa sinfónico de nuestro país, la Sinfonía encierra posibilidades lírico-afectivas de seguro calado. Si la versión puede juzgarse modélica, el punto culminante de calidad se alcanzó en el Andante, mientras que en ciertos momentos la estupenda "furia española" asimilada por el gran violinista "se pasó de rosca" un tanto. No hay problema, Vengerov cuenta 28 años y no tardará en depurar el exceso, adherencia falsa colocada desde más allá de nuestras fronteras. El éxito fue inmenso y Vengerov lo agradeció con una soberana interpretación de una página de Juan Sebastián Bach.

Otro hispanismo francés de doble cuño: la suite de la ópera Carmen, de Bizet sobre Merimée, según Rodion Shchedrin (Moscú, 1932) con destino al ballet, asumido por rutilantes estrellas entre las que ocupa lugar especial Maya Plisetskaia, esposa del compositor. Es un trabajo brillante y personal, con respeto para el original bizetiano, mas sin renunciar a muchos aspectos personales del autor ruso. Víctor Pablo, seguro, detallista, analítico y comunicativo, sacó todo el partido de esta Carmencita más poética y colorista que bravía. Y es que en el conductor burgalés admiramos siempre la calidad de gran músico. Se hizo obligada la propina, con lo que el Chaikovski balletístico se sumó a la fiesta.

En Ibermúsica, Zubin Mehta -ya instalado en la historia- nos proporcionó lo que, al menos entre nosotros, puede denominarse rareza: un monográfico Stravinski, una de las más altas torres de la música en el formidable siglo pasado y permanente. La delicia -entre pergolesina y picassiana- de Pulcinella (1920), la feria genial de Petrushka (1911) o una distinta visión de lo neoclásico como es la Sinfonía en tres movimientos (1945), bastarían para asentar el genio, la belleza creativa y el trasfondo culto de un artista egregio, sobre todo si las versiones de la Filarmónica de Israel, guiadas por un fuera de serie, que esto es Mehta desde el comienzo de su carrera, poseen la jerarquía, el porte, la fantasía y la imaginación que hemos aplaudido ahora.

Nuevamente, el ciclo de Aijón merece la denominación primera: grandes orquestas del mundo.

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