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Reportaje:EXCURSIONES | De Manzanares a Mataelpino

Recuerdos de un viejo camino

Historias de maquis y bandoleros amenizan este paseo por los prados de las vecindades de la Pedriza

"Viajar en coche es ciertamente una cosa muy regalada, pero no muy a propósito para conocer un país: la celeridad de las marchas ofrece los objetos a la vista en una sucesión demasiado rápida para poderlos examinar", se lamentaba Jovellanos en 1782. Si esto lo dijo después de viajar de Gijón a Madrid en un furgón tirado por cuatro caballos y a unos 10 kilómetros por hora -ocho días tardó-, qué no diría ahora que incluso el coche más pelete multiplica por 13 esos caballos y por 15 esa velocidad.

La que pudiéramos llamar ley de Jovellanos (la velocidad del viaje es inversamente proporcional al conocimiento que se obtiene del país) puede aplicarse al trayecto de esta excursión. Viájese en coche de Manzanares a Mataelpino -ocho kilómetros de asfalto, siete minutos- y sólo se sacará, para la memoria, una borrosa instantánea de la Pedriza entre dos hileras de chalés.

Esta vía está marcada con los mojones de la variante madrileña de la ruta jacobea

Hay que ir a pie por el viejo camino que corre un kilómetro al norte de la carretera y se multiplicará por 15 -al igual que el tiempo invertido: una hora y tres cuartos- la definición de la imagen recordada, una especie de foto omnisciente en la que sale retratado todo lo que hay y ha habido: prados, ermitas, peñascos, buitres, vaqueros, peregrinos, senderistas, maquis y bandoleros.

Para comprobar empíricamente esta ley, el excursionista se persona en el aparcamiento que hay junto al control de visitantes de la Pedriza y se echa andar por la pista de tierra que arranca allí mismo, con rumbo oeste, siguiendo la linde de un bosquete de pinos resineros y arizónicas.

Éste es ya el camino viejo de Mataelpino, una vía ancha y clara que está marcada con los trazos de pintura blanca y roja del sendero de gran recorrido GR-10 (Valencia-Lisboa) y con los mojones de la variante madrileña de la ruta jacobea. "A Santiago, 625 km.", reza el primero. "A Mataelpino, sólo seis", se dice con alivio el excursionista, que nunca ha sido partidario de tan grandes recorridos, y menos con un bordón a cuestas.

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Tras un suave ascenso, de no más de un cuarto de hora, el excursionista se planta en el collado de la Jarosa. Mirando atrás, a naciente, ve el embalse de Santillana cabrilleando con el primer sol; al noreste, el Yelmo descollando sobre los pinos; y al noroeste, allende la casa de Navalapuerta, la cuerda de los Porrones erizándose de peñas más y más altas hasta entroncar con la oscura Maliciosa, en cuya ladera se acurruca Mataelpino, al final del camino.

Bordeando las cercas de sucesivos prados, el camino se arrima, en deliciosa bajada, al vallejo por donde corre -cuando no está seco- el arroyo del Molinillo. Y allí, a una hora del inicio, se presenta ante el excursionista la ermita de San Isidro, patrono del cercano pueblo de El Boalo. En la veleta, Isidro aparece arando el cielo con sus bueyes, mientras que, en los canchos de la vecina Torreta de los Porrones, los ángeles, difrazados de buitres, se toman la revancha y descansan.

A dos pasos de aquí, en el covacho del Horno, un tocayo del santo labrador, Isidro el de Torrelodones, mató de un trabucazo a Pablo Santos, el más famoso bandolero de la sierra. Este Isidro tenía, según las crónicas, el labio leporino y una mirada que bastaba "para evocar en quienes le veían a solas la imagen de Nuestra Señora de los Asesinados". Más reciente es la historia de los cuatro maquis que se emboscaron en estas laderas de Mataelpino tras la guerra civil y del policía que se hizo pasar por otro de ellos durante un año entero para poder cazarlos de una tirada. El excursionista la cuenta tal como se la acaba de referir un vaquero mientras se refrescaba en la fuentecilla de la ermita y, por si acaso no es cierta, se lava las manos, como Pilatos.

Poco más allá de la ermita, la pista -muy bien afirmada con gravilla en este último tramo- comienza a subir con buena pendiente, entre prados y vaquerías, hasta salir a la carretera junto a las primeras casas de Mataelpino. Ni que decir tiene que, tras darse un garbeíllo por el pueblo, el excursionista se vuelve por el mismo camino.

Ruta de dificultad muy baja

- Dónde. Manzanares el Real dista 53 kilómetros de Madrid y está bien comunicado por la autovía de Colmenar (M-607). Hay que tomar la M-609 pasado el kilómetro 35 y luego seguir por la M-608 a mano izquierda.

El control de visitantes de la Pedriza -inicio de esta ruta- se halla a dos kilómetros de Manzanares, saliendo en dirección a Cerceda (M-608) y tomando el primer desvío a la derecha. Hay autobuses hasta Manzanares (teléfono 91 3598109) que salen desde la plaza de Castilla.

- Cuándo. Paseo de 12 kilómetros y tres horas y media de duración -ida y vuelta por el mismo camino-, con un desnivel acumulado de 120 metros y una dificultad muy baja, recomendable para cualquier época del año y para personas de toda edad y condición física.

- Quién. El personal del Centro de Educación Ambiental de la Cuenca Alta del Manzanares (tel.: 91-853 99 78) nos ayudará a resolver cualquier duda sobre ésta y otras rutas por la zona. El centro está junto al control de visitantes de la Pedriza, y abre todos los días de 10.00 horas a 18.00.

- Y qué más. Cartografía: mapa Sierra de Guadarrama de La Tienda Verde (tel.: 91-534 32 57); en su defecto, hoja 18-20 del Servicio Geográfico del Ejército o 508 del Instituto Geográfico Nacional.

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