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"No lo entiendo, hasta 40 hemos estado en ese balcón"

Los vecinos del pueblo elaboran distintas teorías para explicar el derrumbe de la balaustrada de la casa consistorial

Carlos E. Cué

Los 300 vecinos de Torrellas, la mayoría jubilados, se convirtieron ayer en improvisados ingenieros. Cada uno tenía su teoría sobre el desplome del balcón. Todos menos Juan Luis Ruiz, el teniente de alcalde, que repetía desolado: "No lo entiendo. No tiene lógica. Muchas veces ha estado lleno ese balcón y no se ha caído. El jueves estuvimos allí más de 40 personas, y no pasó nada. Y ayer, sólo una decena, pero se cayó".

Otros vecinos eran más explícitos en su teorías. Y apuntaban a un fallo de construcción. Las vigas cegadas, al aire, en la plaza principal, originaban todo tipo de especulaciones. "Están puestas del revés", afirmaba rotundo Esteban Magallón, un constructor de la cercana Tarazona, que estaba en la plaza cuando se derrumbó el balcón.

La plaza estaba preparada para acoger ayer, como cada año en las fiestas, una comida multitudinaria. Pero sólo había vecinos con ojos cansados intercambiando información y teorías, mientras señalaban al balcón desaparecido. Sólo quedó en pie la verja, que salvó a algunos que se agarraron a ella. El resto cayó sobre una decena de personas.

Cuando se derrumbó el balcón del Ayuntamiento, un edificio de 1896, había más de 1.000 personas en la plaza. La mayoría escuchaba a la orquesta en el otro extremo. La gente empezó a gritar. "Pensé que se había escapado el toro", recuerda Silverio Martínez. La orquesta paró y todo el mundo se fue hacia el Ayuntamiento, para ayudar o para mirar.

Silverio y otros trataron de mover los enormes bloques de hormigón que oprimían a los heridos. La gente se arremolinaba. Movían de un lado, y un joven -que ayer permanecía en estado crítico- se quejaba de las piernas. Pero cuando cambiaban de lado, le oprimía el estómago. Al final, entre 15, lograron sacarlo y llevarlo a una ambulancia. Nada se pudo hacer por los tres fallecidos.

Como casi siempre, todos decían que podía haber sido peor. El accidente se produjo 10 minutos antes de que empezara el espectáculo del toro con fuego en los cuernos, acto central de la noche. Un poco más tarde, la concentración, tanto en el balcón como debajo de él, habría sido mucho mayor.

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El pueblo estaba aún lleno de las banderitas típicas de las fiestas mayores, pero el luto era evidente por todas partes. Todos los vecinos acudieron al pleno extraordinario y aplaudieron en homenaje a los fallecidos. La puerta de la iglesia, de donde tenía que haber salido ayer en procesión el Santo Cristo del Prodigio estaba cerrada a cal y canto. De ella sólo colgaba ya la esquela de Rosario Moro, una de las fallecidas.

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