La Granja, a vista de pájaro
El camino que lleva hasta este risco de 1.888 metros ofrece una perspectiva casi cenital del real sitio segoviano
Un buitre es un ser ascético, capaz de ayunar hasta tres semanas e incapaz de hacer daño a ningún bicho viviente, y también un "hombre ambicioso, avaro o rapaz" (María Moliner) o "que se ceba en la desgracia de otro" (Real Academia Española). Esta brutal polisemia es muy reveladora y explica el hecho de que, sólo entre 1953 y 1961, las Juntas de Extinción de Animales Dañinos recompensaran la muerte de 989 buitres, y el de que, aún en 1968, Información y Turismo atrajera a los forasteros con el reclamo de cazar a estos angelotes, cuando los únicos animales dañinos, y eliminables, eran los miembros de tales juntas y el ministro de la cosa.
Buitrera es otra palabra polisémica que exige un comentario. Suele pensarse que esta voz, habitual en la toponimia serrana, ha significado siempre "nido de buitres". Pero en cuanto el excursionista llega a La Granja y avizora Peñas Buitreras, allende las cascadas del Chorro Grande y del Chorro Chico, advierte que es un lugar demasiado alto (casi 1.900 metros) y expuesto al gélido norte, menos adecuado para traer buitres al mundo que para tenderles una trampa con cebo, que es lo que antaño se hacía en las buitreras y sigue siendo la primera acepción que de esta expresión da la Real Academia, confirmando que el hombre ha sido un buitre (en sentido figurado) para el buitre.
Desde la despejada altura del Poyo Judío se disfruta una vista del palacio de La Granja
Después de poner a cada palabra su collar y a cada animal en su sitio -y el que se pique, que se rasque-, el excursionista se acerca a la urbanización Caserío de Urgel y, aparcando en su esquina más elevada (1.260 metros), al final de la calle rotulada como camino de Fuente Infantes, se echa a andar por la cuesta pedregosa que arranca tras una portilla metálica, no sin antes percatarse de cómo afean los chalés la perspectiva del real sitio y decirse que esto de construir en pleno monte, habiendo espacio sobrado en la llanura, sí que es un síntoma de ambición, avaricia y rapacidad, vicios tres que los doctores del idioma atribuyen, y ellos sabrán por qué, al pobre buitre.
El camino, bien señalizado con postes numerados, sube zigzagueando por la boscosa Mata de la Saúca y luego se empina sobremanera hasta llegar a la despejada altura del Poyo Judío (1.618 metros; una hora y media desde el inicio), donde se disfruta una vista casi cenital del palacio y los jardines de La Granja, y una panorámica que abarca desde la proa rocosa de Peñas Buitreras, al noreste, hasta el puntiagudo Montón de Trigo, al suroeste, amén de Valsaín y sus vastos pinares, refugio de una de las especies de buitre, el negro, que en más peligro ha estado de perderse por culpa de los venenos que usar solían (y suelen) los malos cazadores.
A partir de aquí, la pendiente se suaviza y cesa por completo al alcanzar, tras dos horas de marcha, el chozo y la fuente del Infante, donde una placa señala una altura (1.989 metros) más que dudosa, pues el altímetro del excursionista marca 1.850. Lo que no ofrece duda, porque lo consignó Madoz, es que aquí almorzaba cuando salía de caza el principito don Luis, el Bien Amado del pueblo, que no había cumplido los 18 cuando lo abatió, en agosto de 1724, el veneno de la viruela; como abatido se quedó Felipe V, quien acababa de abdicar en su primogénito en febrero del mismo año para poder retirarse a La Granja y, claro es, le salió el tiro por la culata.
Al poco de rebasar el poste número 41, el excursionista deja el camino marcado -que sube hacia el puerto del Reventón- y tira a la izquierda por una veredita llana que, cruzando tres arroyos -los dos que originan el Chorro Grande, y el tercero, el Chorro Chico-, le guía hasta el risco pelado de Peñas Buitreras (1.888 metros; tres horas). La vista, aérea por demás, comprende toda la llanura segoviana y su cielo cuajado de buitres leonados. Sólo en esta provincia, según el último censo, anidan 1.031 parejas; y en toda la Península, más de 17.000, el doble que hace una década. O sea, que cada vez somos menos buitres y ellos más, y alguien debería revisar los diccionarios.
Una marcha de cinco horas
- Dónde. La Granja de San Ildefonso dista 77 kilómetros de Madrid y su acceso más directo es siguiendo la carretera de A Coruña (A-6), tomando en Villalba la M-601 hasta el puerto de Navacerrada y luego la CL-601 hacia Segovia. Hay autobuses de La Sepulvedana (teléfono 91 530 48 00) desde Moncloa. Una vez en La Granja, hay que dirigirse por el paseo del Pocillo hasta el Centro Nacional del Vidrio, subir a la derecha por la calle de Santa Isabel y adentrarse en la urbanización Caserío de Urgel, en cuya parte más alta se puede aparcar.
- Cuándo. Esta marcha de 14 kilómetros y cinco horas de duración -tres de subida y dos de bajada por el mismo camino-, con un desnivel acumulado de 630 metros y una dificultad media, es factible en cualquier época, excepto días de niebla o de mucha nieve.
- Quién. Manuel Rincón es el autor de Andar por la sierra de Guadarrama (Editorial La Tienda), guía de senderismo en la que se describen éste y otros itinerarios por los alrededores de La Granja.
- Y qué más. Cartografía: mapa Sierra Norte de La Tienda Verde (Maudes, 23 y 38; teléfono 91 534 32 57); en su defecto, hoja 18-19 del Servicio Geográfico del Ejército o 483 del Instituto Geográfico Nacional.
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