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A PIE DE PÁGINA

Mi tío Roby

Mi tío falleció el mes pasado. Era peluquero, de joven había trabajado en teatro, como bailarín, y mi madre no lo dejaba entrar en casa en Navidad. El hecho de que se tiñese el pelo de color naranja y usase pulseras la ponía fuera de sí, y esto por no detenerme en el anillo en el pulgar. Mi tío se llamaba Artur, pero las clientas lo conocían como Roby. A veces yo, al salir del trabajo, pasaba por el centro comercial donde mi tío oficiaba, incluso de lejos, entre una zapatería y uno de esos locales de comida para llevar, me encontraba con el cartel

Roby & Rony

y allí estaba mi tío, con una corta bata azul, componiendo un peinado con sus gestos aéreos de Lago de los cisnes. Debía de andar por los 70 años, pero era elegante y vivaracho; su socio, Rony, que no debía de tener más de 20 o 21 y llevaba un anillo igualito al de mi tío también en el pulgar

Con las palmas ahuecadas vueltas hacia el techo, mi tío Roby las invitaba a palparme los músculos del brazo

(se teñía el pelo de verde y el verde y el color naranja no combinaban mal)

me susurraba señalándolo

-¿No está exuberante?

y yo, al contrario de mi madre, me enorgullecía sinceramente de la exuberancia de mi tío, cuya boca, es posible que demasiado roja

(señal de salud, diría mi madrina)

se estiraba en un besito al verme, me mostraba, orgulloso, a las clientas, todo meñiques

(sacando el pulgar del anillo no había un dedo de mi tío que no fuese meñique)

-Mi Reinaldo

Rony disipaba pensamientos injustos

-Es el hijo de su hermana, señoras

con las palmas ahuecadas vueltas hacia el techo, mi tío Roby las invitaba a palparme los músculos del brazo

-Salió hace dos meses del ejército

una que otra clienta parecía apreciar el hecho de que yo hubiese sido soldado, y mi tío Roby, que para comprender a las mujeres era un fenómeno, me acercaba enseguida a las clientas que adoran a los chicos de la mili, me remangaba hasta el hombro para que quedase visible la bandera nacional tatuada, amonestaba a las señoras con rulos en la cabeza

-Ya no hacemos fiestas en homenaje a la bandera, ¿es que ya no somos patriotas?

añadía bajito hacia los rulos

-Un hombre y tanto

y yo allí, quieto, con el brazo al aire, como cuando voy al hospital a dar sangre (soy 0RH +). Mi tío Roby me pedía que esperase

-Aguanta un poco, hijo, a ver si acabo de arreglar este flequillo

yo, que soy tímido, me escurría por dentro de la manga; Rony me miraba pestañeando mientras lavaba una cabeza, encontraba la ceja

(de repente feroz)

de mi tío y dejaba de pestañear, mi tío retrocedía para evaluar el flequillo, entregaba los instrumentos a la ayudante con la que se me daba, de vez en cuando, intercambiar puntos de vista en una pensión simpática

(ella tenía siempre más opiniones que yo y afortunadamente no se cansaba de repetirlas).

Mi tío, después de una última mirada de soslayo al flequillo, me sugería con uno de sus meñiques en argolla

-Vete a beber un cafecito, hijo

o sea una barra cuatro o cinco locales más adelante, se lamentaba

-Ya no puedo seguir viendo mujeres a mi lado, señores

se apoyaba en la barra y en cuanto se apoyaba en la barra desaparecían los meñiques, la voz se volvía más gruesa, los movimientos, hasta entonces redondos, adquirían esquinas y ángulos, en lugar de pelo color naranja lo que yo veía era pelo blanco, me preguntaba

-¿Cómo está tu madre, chaval?

con una lentitud que me parecía triste, le mentía al responder que

-Bien, tío

ocultando la diabetes, mi tío se quedaba un montón de tiempo observando el fondo de la taza, me daba la impresión

(puedo estar equivocado)

de que los párpados intentaban contener, gracias a Dios, una especie de agüita, mi tío declaraba hacia el interior de la taza

-La vida es un auténtico desastre, chaval

Artur desaparecía en él, era Roby quien pagaba la consumición

-Tengo que volver a atender a aquellas pelmas, hijo

y me dejaba en la mejilla un rastro de su boca roja

(señal de salud)

que yo me limpiaba con el pañuelo mientras él se perdía entre los secadores.

Falleció el mes pasado, como he dicho. Ni siquiera fue una larga enfermedad: una mala pasada del corazón, dos días en el hospital a suero y se murió. Lo visité en la víspera: tenía un tubo en la nariz y estaba sin afeitar, había algo distante en su expresión y, sin embargo, en cuanto reparó en mí:

-Hijo

se animó un poco. Allí, en el borde de la cama, observé que no llevaba las pulseras ni el anillo en el pulgar, y las uñas estaban pálidas, sin brillo. Susurró

-¿Tu madre no viene a verme?

se durmió un minuto, se despertó, susurró otra vez

-¿Tu madre no viene a verme?

y se quedó a la espera mientras yo procuraba una disculpa decente, no la encontré, acabé susurrando también

-Ya vendrá

y la especie de agüita que los párpados, gracias a Dios, contenían, le agrandó los ojos. Era el momento de las medicinas que la enfermera trajo en un vasito de plástico

-¿Cómo andamos, señor Roby?

No le conté a mi madre que mi tío, ya sin agüita en los párpados

-No soy Roby, chica, soy Artur

así como no le hablé de su gesto, en cuanto se marchó la enfermera, un gesto en el que la mitad de los dedos eran meñiques y la otra mitad dedos normales

-Ya no puedo ver mujeres a mi lado, señores

y mucho menos que antes de pedirme con el mentón que me marchase añadió

-La vida es un auténtico desastre, chaval

y, sobre todo, no le dije que volvió la cara hacia el lado de la pared, sin despedirse de mí, y que me costó horrores contener el agüita de los párpados, no fuese a pensar mi madre que yo tenía algo de marica.

Traducción de Mario Merlino

FERNANDO VICENTE
FERNANDO VICENTE

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