En cualquier plaza
A jugadores y equipos no sólo hay que medirlos en sus días buenos, ésos donde sacan a pasear todas sus virtudes, están en estado de gracia y acaban la faena en loor de multitudes. Hay otras tardes, menos agraciadas, mucho más sufridas, donde todo se complica, nadie te deja hacer nada, buscas y no encuentras la belleza y el aplauso por ningún lado y terminas bordeando el abismo. Siempre hay alguno en un torneo como éste, y son los que sirven para calibrar la verdadera valía de un colectivo. Cualquiera es capaz de tener un par de días de gracia, pero los campeonatos duran más, por lo que tan importante como sacar provecho de lo bueno es salvar los muebles cuando el viento sopla en contra. Ayer sopló de lo lindo, hasta el punto de convertir el equipo español al que estamos acostumbrados, dinámico, atrevido y vertical en otro errático, fuera de sitio, amordazado en las trampas que propuso Israel, subyugado y obligado a jugar de una forma antinatural para sus características. Esto fue lo peor de la noche y por momentos contó con cierto beneplácito del banquillo español, que pareció resignarse a tener que plantear la batalla en el terreno defensivo, muscular y especulativo.
Esta generación corre un peligro real. Ha cimentado su fama en una productiva confraternización entre lo que hacen y cómo lo hacen. Pero las expectativas que crea su estilo son tal altas, están tan capacitados para jugar un baloncesto creativo y divertido, que cuando no lo consiguen parecen surgir las dudas. Ante una rocosa muralla, la selección claudicó en cuestiones inherentes a la personalidad de su juego, pero nunca perdieron de vista lo sustancial: el triunfo. El primero, por supuesto, Pau Gasol. No fue un partido sencillo para la gran estrella española. Comenzó bien, entonado, pero los ajustes defensivos y un ir y venir al banquillo le acabó sacando del encuentro. El resultado pendía de un hilo y el mejor jugador de este europeo andaba enredado entre brazos israelíes y su propio descontrol. Noticias nada halagüeñas para España, que respira por donde lo hace Pau. Hasta que provocó la eliminación de Green, el hombre que le tenía de objeto semidecorativo, la mole contra la que llevaba chocando toda la noche. Liberado, se volvió a ver al Gasol dominador, inconmensurable, al jugador imparable en ambos lados del campo, y de su mano España abrazó las semifinales en un final sorprendentemente tranquilo para un partido feo, trabado, en muchos momentos insufrible. Pero, si quieres llegar a algo, hay que saber torear en cualquier plaza y ante cualquier toro. España lo está consiguiendo.
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