_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Verdad

Dijo Michel Foucault que cada sociedad tiene su "régimen de verdad". Apuntaba el filósofo francés, en su radical crítica de las instituciones y las normas, a los mecanismos del conocimiento y del poder. En un sentido muy obvio, pero fundamental, la "política general de la verdad" cruje en nuestro país y establece diferencias alarmantes con otros "regímenes de verdad". La mentira y el engaño que fundamentaron la invasión de Irak pasan factura al presidente estadounidense George Bush y al primer ministro británico Tony Blair tanto como su impotencia para reconstruir ese país árabe y garantizar la seguridad tras su liberación. Mintieron Bush y Blair, o exageraron amenazas, tergiversaron datos y manipularon informes en el discurso de la guerra para derribar a Sadam Husein a espaldas de las Naciones Unidas y de la legalidad internacional. Y mintió José María Aznar al apoyar con entusiasmo esa aventura. El mismo director del Centro Nacional de Inteligencia, Jorge Dezcallar, dejó al descubierto al presidente del Gobierno español la semana pasada cuando reconoció en el Congreso que no había constancia de la vinculación de los terroristas de Al Qaeda con el dictador de Bagdad, contra lo que había afirmado con énfasis Aznar. En Washington, en Londres y en Madrid, se engañó al Parlamento y a la opinión pública, pero parece que en España no rige el mismo criterio social sobre la verdad, o sobre la "veracidad", si preferimos un término con menos carga moral. Aquí el apoyo al Ejecutivo no flojea, no hay investigación alguna parlamentaria o judicial, la televisión pública carece de conflictos con el Gobierno por el derecho a la información, las preocupaciones de la guerra, que tanto conmovieron la conciencia colectiva, se amortizan con facilidad y el presidente se permite despreciar cualquier demanda de explicación. Mal síntoma, no sólo por la destrucción, las miles de víctimas y el golpe al orden internacional, sino por los efectos en nuestra esfera pública del virus de la falsedad. La democracia enferma cuando se impone el cinismo y el imaginario ciudadano es devastado por el viejo sofisma de que no hace falta que los gobernantes se guíen por la verdad.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_