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Columna
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El callejero

Renau ni participó en la última guerra civil española, ni con la Wehrmacht, las fuerzas armadas germanas, invadió el territorio polaco un 1 de septiembre de hace ya muchos años. Era un jovenzuelo con mucho pelo y sentido común cuando la transición, y tras los primeros comicios democráticos resultó, en la lista del PSPV-PSOE, elegido alcalde de su pueblo, La Pobla Tornesa. En una de las primeras reuniones del nuevo consistorio se trató, como no podía de otro modo, el cambio de Generalísimos, Queipos de Llano, Sanjurjos, y otros recuerdos más o menos vivos de la guerra incivil, en las calles de la población por los nombres con los que los vecinos soberanos siempre habían denominado sus calles: carrer de Dalt, carrer de Baix, carreró del Pouet y similares. En el lote de cambios entraron también algunas calles bautizadas con nombres de santos durante los piadosos y farisaicos años del nacionalcatolicismo, que no habían perdido la denominación popular anterior al bautizo. Ante la propuesta del recién estrenado alcalde de estos últimos cambios, uno de los ediles de derechas en la oposición le interrumpió y, con cierta sorna, le preguntó a Renau si Santa Bárbara también había ido a la guerra. Rieron todos la ocurrencia; se aprobaron los necesarios cambios, y días después el propio alcalde con la colaboración del artista Amat Bellés colocaron unas cuidadosas placas cerámicas que siguen luciendo en el callejero del pueblo. La anécdota no es baladí: aquellos ediles no eran responsables de las miserias cívicas o incívicas de un pasado que no vivieron, pero eran responsables de la interpretación de la historia y el recuerdo. Situaciones semejantes debieron tener lugar en otros municipios del País Valenciano y a lo ancho de las tierras hispanas, pero en La Pobla tuvo la cuestión poca acritud y mucho gracejo, y sentido común. Donde el gracejo es poco, y el sentido común escaso, es en Sada, el pueblo coruñés en el que los ediles del partido de Manuel Fraga se oponen estos días a la propuesta del alcalde para cambiar las placas callejeras de los Generalísimos y los Sanjurjos por otras más oportunas. De eso nos enteramos a través de las ondas hercianas de la radio. Pero lo que sucede en Sada, sucede también puntualmente en algunos municipios valencianos. También aquí se tropieza uno en algunas localidades con callejeros del pasado de visión incómoda; unos callejeros que deberían estar ya actualizados, partiendo de la interpretación histórica que se les ha de ofrecer a las futuras generaciones, partiendo del sentido común, y partiendo de la convivencia democrática. Claro que las sensibilidades o modos de pensar son diversas. Algunos ediles incluso actualizan el callejero volviendo al pasado, que no se olvida pero se interpreta. Así, el alcalde de Castellón, José Luis Gimeno, colocó hace unos años el nombre de Ramón Serrano Súñer en la placa de una plaza, del mismo modo que corporaciones municipales castellonenses de épocas nada democráticas le otorgaron a Serrano Súñer, lugarteniente de Franco durante una periodo histórico más incivil que oscuro, el título de hijo adoptivo y alcalde perpetuo de la capital de La Plana. Una cuestión de sensibilidad, porque quizás Serrano Súñer necesitaba reflexión, discreción y silencio, como el que el propio ex ministro de Franco llevó las últimas décadas de su larga vida. Una vida que incluyó una estrecha relación con quienes un primero de septiembre enviaron a la Wehrmacht a la frontera polaca. Es evidente que el alcalde Gimeno no es el alcalde Renau que tuvo La Pobla.

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