Un mensaje en una botella
Una biografía intelectual y una reconstrucción de la ética adorniana a partir de su inacabada Teoría estética son dos libros clave para entender la obra del pensador alemán.
Treinta y seis años después de su muerte y coincidiendo con el centenario de su nacimiento llega esta biografía intelectual de Theodor Wiesengrund Adorno que en casi un millar de páginas pretende recomponer la vida y la obra de una figura extraordinariamente compleja, por fragmentada y escurridiza.
De Adorno nos ha quedado la imagen del interlocutor de la rebelión de los estudiantes alemanes a finales de los sesenta, del filósofo que hace de la fórmula "recordar Auschwitz para que no se repita" santo y seña de la nueva filosofía, del artista que acodado a las teclas de su piano se pregunta si tras tanta barbarie hay lugar para la lírica. Pues bien, el autor de esta monumental biografía, Stefan Müller-Doohm, gracias a una afortunada combinación de biografía y bibliografía, reconstruye el rompecabezas adorniano en un relato tan instructivo como apasionante.
Este mestizo, hijo de padre judío y madre católica, bautizado en la catedral de Francfort y pese a reducir el apellido judío a una modesta W. y preferir el Adorno de la madre cristiana, encarna ejemplarmente en su vida y obra el destino de los judíos europeos en el siglo veinte. Quienquiera saber de Adorno tendrá que buscar sus obras en los estantes de filosofía. El autor de esta biografía, sin embargo, se esmera en reconstruir el costado artístico. Durante mucho tiempo prefirió ser compositor a filósofo. Estudió composición y piano, fue un afamado crítico musical y autor de composiciones musicales que no han pasado inadvertidas.
El refinamiento estético no
supuso un obstáculo para que su inteligencia captara la gravedad de lo que se ventilaba en Alemania en los años treinta. Tardó, bien es verdad, en entender la severidad del fascismo, pensando que aquello era un calentón pasajero, una ocurrencia de un "peluquero de barrio". Pero el antisemitismo acabó alcanzando también a este "semijudío" y tuvo que hacer las maletas para el exilio.
Müller-Doohm reconstruye paso a paso la elaboración, en Estados Unidos, de Dialéctica de la Ilustración, que publica junto a Horkheimer. Ahí aparece un Adorno voluntarioso animador de esta gran empresa, buque insignia de la Escuela de Francfort y autor del capítulo Odiseo, o mito e Ilustración, momento clave de la obra. Lo que sus autores pretenden es poner al descubierto las insuficiencias de la razón ilustrada, de una razón que prometía progreso y lo ha traído, sí, pero envuelto en barbarie. Lo escriben en plena guerra mundial y los autores no se hacen ilusiones: sólo quieren mandar a generaciones futuras "un mensaje en una botella" para evitar que otros se hundan. El libro pasó inadvertido hasta que los estudiantes lo rescataron a mediados de los sesenta y apareció como lo que es, un clásico del siglo veinte.
El peso de la lengua materna le hace volver, en 1947, a Alemania, tras 15 años de exilio, primero de visita y luego para quedarse. La sorpresa es que nadie quiere recordar. Los políticos quieren pasar página, los colegas universitarios le ven como un intruso, los intelectuales más complacientes con el fascismo, como Ernst Jünger, se inventan lo del "exilio interior", y advierte por doquier un mal, que él llama "heideggerismo", que es el recurso a una jerga mítica tan incontrolable como inexplicable. "Olvido y frío engaño es el clima intelectual que mejor cabe a los herederos de los nazis", le dice Horkheimer expresando un sentimiento compartido.
Su primera obra publicada en Alemania, Minima Moralia, es un aviso de lo que se propone: pensar todo, sobre todo lo más elemental, a partir de Auschwitz. El libro encuentra un éxito notable y abre paso a quien en poco tiempo se constituirá en el eje de la sociología, de la filosofía y de la musicología, pero, sobre todo, en el referente crítico de la juventud alemana. Adorno quiere pensar críticamente esta sociedad, armada de una letal industria cultural que ha conseguido despersonalizar al individuo. Para este trabajo no dispone de una herramienta secreta, made in USA o en cualquier otro lugar, sino el empeño de dar valor a lo marginado por el progreso, esto es, en erigir "al sufrimiento en condición de toda verdad". Éste es el secreto que trae al mundo su "niño gordo", término con el que designaba a su obra más personal, Dialéctica negativa.
En los años sesenta llovieron los reconocimientos y las condecoraciones. Era el gran intelectual alemán también el maestro de una generación que se revolvía furiosamente contra sus padres porque acabaron descubriendo el horror que habían generado y que habían querido ocultarles. Adorno estuvo con ellos hasta que los extremistas extraparlamentarios -"fascistas de izquierdas", decía él- se cebaron con su persona, acusándole de traicionar en la práctica lo que había enseñado teóricamente. No le seguían cuando decía que "la falta de compromiso político no tiene por qué ser un defecto moral". Adorno sintió que aquella generación quería asesinar a la madre. Murió pocas semanas después, a los 66 años, mientras descansaba en la montaña.
Pese a su volumen se echan
de menos en este libro dos análisis: las relaciones con Walter Benjamin y el impacto de la tragedia judía -lo que luego él llamaría "Auschwitz"- en su vida y en su obra. Sobre el primer punto, el autor pasa de puntillas. Pesa sobre Adorno la sospecha de una influencia de su amigo mucho más allá de lo que él reconoce. Tampoco dice mucho sobre cómo vivió Adorno las noticias del genocidio. Si resulta que todo hay que repensarlo desde Auschwitz hubiera sido de interés saber de dónde sale esa exigencia ética. La traducción es buena aunque con un par de despistes: llamar a los demócratas liberales "demócratas libres" y decir "filosofía de la lengua" en lugar de filosofía del lenguaje.
Adorno dejó sobre su escritorio un libro casi acabado sobre Teoría estética y un tratado de ética que ya había adelantado en 1963. Marta Tafalla ha tenido el valor de reconstruir esa ética adorniana convocando para esta tarea a tres conceptos básicos en su filosofía: el de negatividad, el de mímesis y el de memoria. El primero nos dice que aunque no sepamos en qué consiste el bien sí sabemos, por experiencia, lo que es el mal. El concepto de mímesis señala al cuerpo, a la naturaleza, que no pueden ser el precio de la felicidad sino su principio. La memoria pone la nota de universalidad: nadie es bueno por su cuenta ni para sí mismo; la bondad supone hacerse cargo del sufrimiento del mundo. Marta Tafalla recicla con inteligencia mimbres dispersos de Adorno para con ellos responder a quienes piensan que en Adorno no hay lugar para la ética porque todo se lo lleva la estética. Quien una vez llegó a preguntarse, ¿cómo hacer poesía después de Auschwitz?, acabó respondiendo que sólo si uno se hacía cargo del sufrimiento de las víctimas. La estética acabó rindiéndose a la ética.
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