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Columna
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Rajoy

No sé qué me llevó al hotel Meliá, pero apenas entré en el vestíbulo, alguien me llamó: era Federico Trillo, por entonces presidente del Congreso de los Diputados. Estaba con Mariano Rajoy y me lo presentó. Aunque ya lo conocerás, ¿no?. Por supuesto. Mariano Rajoy estaba al frente de la cartera de Administraciones Públicas y me pareció hombre de talante afable y bienhumorado. Durante un cuarto de hora, conversamos animadamente. Trillo le advirtió a Rajoy que era yo quien lo había tomado por torero el día en que nos conocimos. Y Rajoy dijo que se acordaba de la anécdota, y se rió con ganas. La anécdota, por no sé que filtraciones, se hizo comentario periodístico. La anécdota tuvo lugar unos años antes, cuando Federico Trillo, de cunero, encabezó la candidatura al Congreso, por Alicante. En plena campaña, iba yo tan embebido en mi Juego de banderas, esa historia que ya anda por su cuarta redacción, que me arriesgué por un paso de cebra, sin tomar las aconsejables precauciones. Un coche, que se me antojó grande y oscuro, frenó a un par de metros, sin que casi me percatara, hasta que alguien gritó: ¡Enrique, Enrique!. Me volví y percibí a Pedro Romero, actual edil del PP, que asomado a una de las ventanillas, me invitaba a aproximarme. Me acerqué al coche y vi a varias personas en su interior. Mira, dijo Pedro Romero, aquí tienes al maestro Trillo. El maestro Trillo estiró su mano que estreché, sin demasiado entusiasmo, porque nunca me han gustado los toros. No obstante, murmuré: "Suerte, maestro". El coche arrancó Rambla arriba, en dirección al redondel taurino. No hubo ironía alguna en mis palabras y sí una inocua distracción, que algunos interpretaron maliciosamente.

Ahora, Trillo ya no es un presunto matador de reses bravas, sino un héroe epónimo que conquistó un peñazo de cabras, ocultó datos de una tragedia aérea y envía a nuestros soldados a un país ocupado ilegalmente. Y Mariano Rajoy, el heredero obediente y leal, de un tipo que pretende bordar la democracia como un facsímil de la dictadura. Qué peste de mandarines arrastramos.

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