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Columna
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Solo

Soy un anciano que se está muriendo solo en una casa de Valencia. No lejos de aquí, sé de otro anciano que también se está muriendo solo. Lo sé porque me llamó para despedirse hace un rato, cuando ya debía faltarle poco para morir. Es un amigo que tengo, y hoy los dos nos iremos de este mundo, cada uno con su muerte, que no hay nada más sencillo. Y no seremos los únicos, pues bien seguro estoy de que habrá más ancianos en estos días de calor infame que se morirán como nosotros. En cualquier caso, estas muertes también se producen en los días de frío porque morir a solas empieza a ser normal, y yo creo que dentro de algunos años ya será lo corriente.

Mi vida fue la de tantos -oficina, boda, hijos- y nunca pensé que iba a vivir sólo. Pero las cosas vinieron así. Me quedé viudo y mis hijos trabajan fuera de Valencia. Uno, incluso, fuera de España. A veces me llaman por teléfono. Ellos son buenos, pero, ¿qué van a hacer? ¿Llevarme a su casa? Yo nunca hubiera querido eso. Y no es por no molestar. Es porque siempre preferí ser libre y no podría serlo lejos de mi casa, de mis recuerdos, de mis cosas, tampoco en una residencia. Yo he podido vivir solo en los últimos años y no me ha ido mal. Lo que no quería era morir solo.

Pienso ahora que si yo fuera musulmán estaría acompañado si es verdad lo que he leído: que en el islam no se abandona a los mayores. Mis hijos, sin embargo, consideran que esa religión es una antigualla, y yo no sé qué decir porque, en realidad, no creo en ninguna. Y aunque me gusta mucho la literatura fantástica, prefiero los cuentos de Borges a la teología. Muero, pues, solo y sin esperanzas. Me estoy muriendo en este verano tórrido de Valencia, la ciudad vacía, las bandas de ladrones desvalijando pisos, los turistas sudando y haciéndose fotos, Aznar muy enfadado, como siempre, riñéndonos a todos; y al fondo la ciudad que pronto no será la mía, aunque, en realidad, ya hace años que no lo es. Y no es la mía porque me fui quedando solo; tanto que nada más tenía un amigo con el que hablar. Ese amigo que decía antes y que yo creo que a estas horas ya debe haber muerto. Como yo dentro de un poco.

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