Lo que queda de España
Qué imagen de España permanecerá en la memoria de los turistas? A juzgar por lo que se dedican a retratar con sus modernas cámaras, monumentos y platos típicos. Pero ¿qué más quedará en el alma del visitante? Si vio mucha televisión, denuncias de malos tratos, violaciones y un ejercicio de morbosidad hervido en caldo de sintonías para móviles. Esculturas humanas renovando el caduco modelo de belleza folclórica por el más enfático de Lara Croft, creatividad argentina en los anuncios, dulzura venezolana en las telenovelas, inmigrantes haciéndose pasar por pinchadiscos residentes, gazpacho en tetrabrick: la españolidad revisada. Verano de autopsias y azoteas ocupadas por aficionados a canciones del verano compuestas en invierno y periodistas como Francis Marmande que, en su libro Rocío define así esta romería temática: "Un delirio medieval, pagano, post-moderno; la fiesta de los amores salvajes y de la fecundidad, una rave flamenca".
Horarios anárquicos, uralita, dinero negro, porrones, camiones de la basura, máquinas cortacésped, grupos electrógenos alimentando ferias y chiringuitos, polígonos industriales saqueados por bandas organizadas mientras la radio de un securata escupe Papi, papi, papi chulo. ¿La Giralda? ¿El Museo del Prado? Vale, pero también una vida nocturna con momentos inolvidables, como cuando el turista aprendió a pronunciar la contraseña de los botellones: calimocho (otros se iniciaron este año aprendiendo a decir chapapote). Apagones menos glamourosos que el de Nueva York, sirenas de trenes cruzando pueblos a la hora de la siesta, pastillas, grifos cerrados en antros que se forran vendiendo agua, alijos decomisados, grandes éxitos de Nino Bravo, cuñados imitando a Boris Izaguirre en cenas familiares en las que las mujeres huelen a crema hidratante, zumbidos de pateras, incendios extremeños o catalanes, inundaciones andaluzas o valencianas, café para todos. Yo estuve allí, pensarán los turistas dentro de un año. Aznar en Mallorca. Rodríguez Zapatero intentando creerse su papel de opositor sin que le dé la risa. Talasoterapia, neopreno, 52.342 presos cumpliendo condena o esperando juicio, turismo rural, servicio de mantenimiento, festivales de verano, universidades de verano, Verano azul, previsiones meteorológicas alarmantes. España es un país con 40 millones de ombligos. Entrecejos hispánicos depilados, capillas ardientes, récord Guinness de escanciado simultáneo, Marbella y Madrid manteniendo viva la llama política con un guión de telebasura. Y, al final del viaje, la última oportunidad para llevarse un recuerdo imborrable. En el aeropuerto o la estación de trenes, formas autóctonas de negligencia: vuelo cancelado, tren descarrilado, escalera mecánica fuera de servicio y otras chapuzas ideadas para que, dentro de unos meses, los extranjeros puedan presumir de haberlo sobrevivido y disfrutar contándolo. "Yo estuve allí", dirán mostrando cicatrices y medallas de una guerra sin más uniforme que el tanga, con ejércitos libres y desarmados superando todos los límites de la frivolidad y confirmando que el viejo lamento según el cual España no es un país serio sigue, por suerte, más vigente que nunca.
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