Naturales de oro de Morante

El primer cartel de lujo de la feria en la Tercera y no se llenó la plaza. Buen ambiente en los alrededores antes del comienzo, aromas y rostros de tardes de toros con cartel de campanillas. Después empezaron a salir los toros de chiqueros y se fue escribiendo la historia. Una historia que tuvo un broche de oro en Morante de la Puebla.

A César Rincón le tocó un primer toro que resultó muy deslucido y que fue poniéndose más difícil conforme avanzaba la lidia, según se iba orientando un cornúpeta agrio y plomizo. Una vez cogió la muleta, tras el cambio de tercio, con el panorama oscuro, empezó un pequeño calvario particular para el maestro colombiano, pues no hubo manera de domeñar al manso. Sin embargo, en el cuarto César Rincón nos deleitó con un reposo y un hacer ya de maestro en tauromaquia. El toro fue manejable, pero había que llevarlo toreado, empapado en la muleta, algo que hizo en una faena con desniveles, aunque bien construida. Hubo series por los dos pitones que fueron a mejor, que tuvieron sabor y gusto. La última tanda de redondos fue ligada y cabal, con el broche final de un recorte precioso.

Joselito no dio ni un capotazo a su primero, que tomó un puyazo único, en el que cobró y le dieron lo suyo. Pero en el tercio de muleta, Joselito se dobló por los dos pitones con guapeza y hondura, y a continuación trazó dos series limpias de derechazos hasta que el toro se apagó. A su segundo le hizo un quite airoso por delantales y le realizó una faena de aislados momentos con temple y mando. Una tanda de naturales, mediada la faena, fue bonita y suave.

Morante de la Puebla, en su primero, un manso de colección, como para dar ejemplo de lo que no debe hacer un toro bravo de crianza ejemplar, apenas dio un capotazo y media docena de muletazos por la cara para rematar la faena con un sablazo en los bajos.

Salió el sexto de la tarde, un burel negro, abrochado de pitones y que rompió a embestir con nobleza, y la plaza contempló a un torero de pellizco y de la llamada escuela sevillana, que terminó colmando los paladares más exquisitos. Verónicas en el saludo, embraguetándose, con el remate sabroso en la cadera contraria, y un quite por verónicas, que fueron de ensueño y humo, puro caramelo. La faena de muleta la realizó con dos series por cada pitón, que fueron un prodigio de compás y que rezumaron arte. Los adornos, de fantasía bastante grande.