_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Septiembre

Definitivamente, hay que hablar de septiembre. ¿Qué nos puede ofrecer este último fin de semana de agosto? Minutos de basura, igual que esos partidos de baloncesto sentenciados inapelablemente antes de que el reloj marque el final del juego. Igual, me temo, que las supuestas deliberaciones del jurado del Planeta, con mi admirado Pere Gimferrer pensando en el acento afrosilábico de algún verso rarísimo de algún poeta más raro todavía. Minutos de basura, de nostalgia o de puro aburrimiento.

Nada, en fin, personalmente exaltante en estas vacaciones que se agostan mientras José María Aznar juega con los vecinos de Santo Domingo de Silos una partida de dominó infinita en la que pasará, barrunto, como en las mencionadas deliberaciones del premio planetario. Veo la foto de Efe con todos concentrados en sus fichas, disimulando el tedio del encuentro con mucha aplicación, y al ex ministro Aparicio al fondo, como una aparición en mangas de camisa, observando el encuentro con una gran sonrisa. ¿Qué le hará tanta gracia a Aparicio? A lo mejor lo mismo que a su señorito cuando antes se encontró con el Rey en Mallorca. Nada más ver al Rey, José María Aznar se muere de la risa. Es el poder, supongo. Imagino que tiene su gracia.

Hay que hablar, sin remedio, de septiembre. Es decir, hay que seguir hablando de septiembre después de varios meses posponiendo proyectos y debates hasta el advenimiento del mes de las libélulas y de los estudiantes. Septiembre es el mes mágico. Los cazadores cargan sus escopetas y Vicent nos regala una columna, su columna del mes de septiembre, igual que un bodegón, con olor a cartuchos y a sangre de paloma.

¿Qué pasará en septiembre? El señor Ibarretxe nos promete el inicio de un debate que podría alargarse hasta septiembre del año 2004. Septiembre, por lo tanto, nos remite, tautológicamente, a otro septiembre que quizás sea el mismo. Un año entero hablando, debatiendo su plan, no sé si es un buen plan. Corto en palabras, pero en obras largo, dijo Tirso de Molina del hierro vizcaíno que ya nadie nos puede encargar. Antes tal vez tendríamos los vascos que aprender un idioma común o hacer un lexicón como el de Arriaga, para que cada cual supiese a qué atenerse. Septiembre, de momento, se anuncia como el principio de algo, no se sabe aún de qué, y al mismo tiempo como el final de algo, de un periodo o un ciclo.

Particularmente, no tengo demasiada fe en septiembre. Nunca he creído mucho en los exámenes de recuperación ni en los buenos propósitos anunciados a bombo y platillo. El debate del plan Ibarretxe, e incluso el propio plan si se llevase en el futuro a cabo, no nos haría ser lo que no somos. ¿Dejaríamos de ser, después del fatigoso debate sobre el ser y el no ser que nos propone el señor lehendakari, una unidad de consumo en lo universal? No lo creo. Seguiremos haciendo el kalimotxo con la maldita Coca-Cola yanqui. Y esperando a septiembre con la ansiedad de los enamorados y los yonquis. Esperando el arranque de la Liga. Ése es el plan de muchos. Un consuelo de tontos, según José Menese. Es lo que hay.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_