Lamela sólo teme a la lluvia
El español asume su condición de favorito en una final de salto de longitud sin Pedroso, pero con Philips y Davis
La oportunidad le llega cuatro años después de consagrarse en 1999. Fue entonces cuando Yago Lamela se convirtió en una celebridad del deporte español. Ocurrió algo mágico: un buen saltador, apenas conocido fuera del ámbito de su especialidad, rebasó los márgenes del atletismo y entró en el arduo terreno de la fama. Dos veces saltó 8,56 metros, distancia imprevista en Europa, y dos veces fue subcampeón del mundo, siempre por detrás de Iván Pedroso, el hombre que sucedió a Carl Lewis y Mike Powell como jefe de los saltadores. Llegaba de Asturias; le dirigía Juanjo Azpeitia, su entrenador desde la infancia, y tenía todos los ingredientes de las grandes historias. En una tierra de fondistas y mediofondistas, el nuevo héroe era un atleta capaz de ganar a los grandes saltadores estadounidenses y de amenazar la hegemonía de Pedroso. Y como vino se fue. Lesiones, problemas con sus entrenadores, la lenta reconstrucción en Valencia... No han sido cuatro años fáciles para Lamela. Pero de nuevo ha regresado al punto de excelencia. Es el favorito indiscutible para ganar la final esta tarde y él no duda en proclamarlo.
Está eufórico, con una energía arrolladora; tan seguro de su talento que no duda en proclamarlo
Dedicó la jornada de ayer al descanso. No acudió a la recepción en la residencia del embajador de España en París. Su entrenador, Rafael Blanquer, quiso aislarle en un momento crítico. Lamela era el hombre del día. Todo eran preguntas sobre su estado, en medio de todo tipo de especulaciones relacionadas con sus rivales, con la posibilidad de lluvia, algo que igualaría la competición o la convertiría en una lotería. Al fondo está el recuerdo de la final de los Campeonatos de Europa del pasado año, en Múnich, donde Lamela fue derrotado en medio de un aguacero impresionante. Blanquer se muestra seguro de su atleta. Le ve en las mejores condiciones de su vida. Eso significa una gran velocidad y una firmeza impresionante en su aproximación a la tabla.
Atrás han quedado los miedos que aparecieron después de su lesión en 1999. Más que la pierna, se quebró su seguridad. El atleta invulnerable se convirtió en un saltador con dudas, sin confianza en lo que hacía. Abandonó a Azpeitia, el maestro que le había forjado, y se trasladó a Madrid, donde pasó una temporada bajo la dirección de Juan Carlos Álvarez. Tampoco funcionó. Estaba consumido por la ansiedad, sin rastros de su vieja energía. Atravesó un ciclo de infelicidad que se manifestó en actuaciones decepcionantes. Por fin, decidió instalarse en Valencia, a las órdenes de Blanquer, el técnico que dirige a Niurka Montalvo, Glory Alozie y Concha Muntaner. El ciclo ha cambiado. Lamela está en las antípodas del atleta entristecido que no acudió a los Campeonatos del Mundo de Edmonton 2001. Ahora está eufórico, con una energía arrolladora; tan seguro de su talento como saltador que no duda en proclamarse favorito.
Blanquer y Lamela quieren un primer salto que disipe cualquier duda: por encima de los 8,30 metros, una distancia que prácticamente le daría una medalla y le evitaría tensiones. Enfrente no tendrá a Pedroso, el mejor en los últimos siete años. Se resintió de su lesión en un tobillo y no pudo completar la serie de clasificación. Sin el cubano, capaz de lograr un gran salto sin depender demasiado de su condición física, el panorama se ha aclarado definitivamente para Lamela. Lo más probable es que sus principales adversarios sean Dwight Philips y Walter Davis, representantes de la eterna escuela estadounidense. No son regulares. No son Carl Lewis ni Mike Powell. Pero son americanos. Lamela sabe lo que significa eso: atletas que se crecen en las grandes competiciones y que disponen de condiciones físicas excepcionales. En los Mundiales de pista cubierta de este año, en Birmingham, Philips le arrebató la medalla de oro en el último salto. Pero, en las circunstancias actuales, el miedo de Lamela es una jornada de lluvia, la máxima enemiga de los saltadores. Es lo único que preocupa a un atleta instalado en la euforia.
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