Wilfred Thesiger, explorador
Este verano espantosamente caluroso enfila su recta final con la noticia de la muerte del hombre que cruzó uno de los desiertos más terribles del planeta. La desaparición de sir Wilfred Thesiger, seguramente el más grande explorador británico del siglo XX, el pasado domingo a los 93 años en su retiro de Croydon (Surrey), pone una nota de duelo en todos los corazones románticos y aventureros y hará caer más de una lágrima en las dunas.
El anciano conquistador del Territorio Vacío, el Ar-Rub'Al-Khali, el enorme desierto de Arabia, al que se enfrentó -incluidas las peligrosas arenas movedizas de Umm al Samim (la Madre del Veneno)- formando parte de una cuadrilla de beduinos, vestido como ellos y a lomo de camello, fue uno de esos raros personajes cuya vida parece destinada a inflamar la imaginación y los sueños. "Siento el impulso de ir donde otros no han estado", decía.
Viajó por las montañas del Karakorum y el Hindu Kush, por el Kurdistán y las marismas de Irak y, octogenario, se instaló precariamente entre los samburu de Kenia. Siempre prefirió el contacto con la gente de las sociedades tradicionales que algunos considerarían poco civilizada, especialmente sus queridos bedus, sus camaradas de las dunas, y renegó de los usos y la tecnología de la moderna sociedad occidental, sobre todo del automóvil, máquina que detestaba.
"He contemplado algunos de los paisajes más hermosos del mundo y he vivido entre tribus interesantes y poco conocidas", escribió como síntesis -y, hélas, hoy excelente epitafio- en su libro más famoso, de 1959, Arenas de Arabia (editado en España por Península), un gran clásico imprescindible de la literatura de viajes.
De porte, autoridad y frialdad aristocráticas, incluso en sus días de decadencia física, Thesiger, miembro de una familia en la que se contaban virreyes y generales, tenía una presencia arrolladora, ante la que uno no podía permanecer indiferente. Era imposible no quedar encandilado ante la mirada de sus ojos, que habían visto pasar a los ejércitos victoriosos de Ras Tafari, encañonado leones, abarcado las extensiones más desoladas del planeta y hasta, durante su lucha durante la II Guerra Mundial enrolado en las patrullas del desierto del SAS de Stirling, avizorado, desde un escondrijo en la arena, al mismísimo mariscal Rommel.
Al mismo tiempo, había algo de inocente e ingenuo en aquel hombre que aborrecía la modernidad: tenía el Kim de Kipling como libro de cabecera y se ponía al borde del llanto al hablar de las tribus rashid de camelleros.
Nacido en Addis Abeba en 1910, donde su padre dirigía la delegación británica, Thesiger decía que tuvo el privilegio de ver ya de niño cosas que la gente normal sólo conoce por los más desaforados libros de aventuras. Estudiante en Oxford, donde practicó el boxeo, regresó a Abisinia a los 20 años como invitado personal de Haile Selassie para la coronación de éste. Aprovechó para explorar el país de los danakil, "cazadores de cabezas que coleccionaban testículos en vez de cabezas", como observaba muy seriamente.
Admirador de De Monfried, de Selous, de Doughty, de Lawrence de Arabia, claro, Thesiger fue funcionario británico en el Darfur sudanés y luego entre los nuer. Cazó y exploró, y durante la II Guerra Mundial luchó primero a las órdenes de Wingate contra los italianos para reponer a Selassie (ahí ganó la Orden de Servicios Distinguidos) y luego en el desierto libio contra el Afrika Korps.
Desplazado a Arabia tras la guerra para erradicar las plagas de langostas, se obsesionó con la idea de cruzar el Territorio Vacío, cosa que logró ¡dos veces! Nunca se casó y el sexo no parecía interesarle, aunque en sus magníficas fotos (verdaderas obras de arte) hay retratos significativamente entusiastas de la belleza masculina. "En el desierto encontré una libertad inalcanzable en la civilización", decía, "y también camaradería. Descubrí la satisfacción que viene de la dificultad y el placer que se deriva de la abstinencia". Con Thesiger desaparece una forma hermosa y noble de ver el mundo, una leyenda de carne y hueso y un hombre valiente.
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