Loquillo celebra sus 25 años de 'rock and roll' sobre el escenario
El rockero barcelonés argumenta que la lealtad del público del rock es el principal motivo de que se haya mantenido un cuarto de siglo dando conciertos. Fuente Álamo, en Murcia, acogió el martes por la noche una de las 50 galas que ofrece este verano.
Dos metros, un tupé, mucha rabia y 25 años de rock and roll. Ése podría ser el resumen, o la descripción sintetizada, de José María Sanz, más conocido como Loquillo. En junio de 1978 se subió a un escenario porque tenía una banda de rock and roll; la sigue teniendo y no se ha bajado aún. Un cuarto de siglo, casi toda una vida: en aquel mes de junio, Loquillo aún tenía 17 años. Muchas cosas han cambiado, y otras no tanto. La rabia y el enfado contra el mundo de aquel charnego de Barcelona siguen intactos; su pasión por el rock and roll, también, pero entre tanto El Loco ha compadreado con poetas, cantautores, vividores, periodistas, pintores, novelistas, cineastas, músicos de jazz, escritores..., y de todos aprendió algo.
"Yo no distingo públicos", afirma El Loco poco antes de saltar sobre el escenario. "Salgo siempre a matar"
El verano de 2003 le está sirviendo para repasar su carrera de rockero, aunque ya no es sólo eso. Para estos meses de calor, El Loco se vuelve a poner esa piel pero le gusta recordar que también ha investigado sobre la Guerra Civil, escrito un libro sobre el pasado anarquista de su padre, compuesto canciones para películas, que está escribiendo otra novela, que se prepara para dirigir un corto y que recita poemas.
Un personaje que se sabe personaje -"yo doy titulares, lo hago aposta. Era mi arma cuando no tenía disco ni me sacaban por las radios comerciales", reconoce sin tapujos-. Que mantiene su tupé tan tieso como el que mostró en sus primeras apariciones públicas. Viene del Mediterráneo, de cuando la palabra latino sonaba más a un barrio de París que a cantante guapetón de estribillo fácil.
Mantiene que "el público de rock en España es leal; no fiel, que eso es de perros", y ahí deja la explicación de por qué en estos 25 últimos veranos no ha dejado ni uno solo de hacer bolos. "El del pop es otra cosa, más cambiante. Puede que compre discos, pero no va a los conciertos. O va menos", añade. Así que una mañana cualquiera de verano El Loco deja su casa de San Sebastián, donde reside de junio a noviembre, y se mete en un coche de amplios espacios ("con mi 1,95 paso de meterme en una furgoneta apretado") rumbo a cualquier punto de España para embutirse en su traje negro, tensar más su tupé y ofrecer la mejor noche de rock and roll a quien esté dispuesto a vivirla. La del martes en Fuente Álamo (Murcia) ha sido la más reciente de las casi 50 paradas que tiene previstas hacer esta temporada. "El rock es intensidad", dice.
Hasta Fuente Álamo ha llegado con una bolsa de hielos en su rodilla, afectada por una tendinistis, recuerdo de una vieja lesión de sus años de jugador profesional de baloncesto. "Con esto, hoy no puedo saltar; encima el escenario es de cemento", dice mientras prueba sonido. No es verdad. Loquillo sigue siendo un volcán cuando arranca una noche de rock and roll. "Yo no distingo públicos", afirma antes de salir. "Salgo siempre a matar". Primer guitarrazo, primer salto. La vieja lesión deja momentáneamente de existir. Descarga sus canciones, que alterna con versiones de Burning (¿Qué hace una chica como tú...?), Sirex (Maldigo mi destino) y Lone Star (Mi calle), y se despide con su Cadillac solitario.
No ha parado en casi dos horas. Los rockeros de Fuente Álamo apenas se lo creen, le han tenido tan cerca que casi podían tocarle.
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